El ataque lanzado ayer por el Ejército ruso contra el puerto de Odesa, apenas un puñado de horas después del acuerdo cerrado por Rusia y Ucrania -bajo la mediación de Turquía y la ONU- para desbloquear la veintena de toneladas de grano del país invadido ... retenidas por el invasor, certificó de la peor manera la desconfianza que rodeaba el pacto en lo que se refiere a las intenciones genuinas de Moscú. Ya invitaba a la cautela escéptica que ambas partes rubricaran por separado el documento avalado por Erdogan y Guterres; y que el Gobierno de Vladímir Putin continúe negando su responsabilidad esencial en el hambre que ya sufren o que amenaza a millones de personas en todo el mundo por la parálisis bélica en el suministro de cereal y su carestía. La crisis humanitaria que acecha tras ese bloqueo es de tal envergadura que obliga a desplegar toda la diplomacia posible con Moscú para intentar evitar un desastre global. Pero es prioritario garantizar que el acuerdo se cumple. Y evitar que Rusia ejerza tal sombra de chantaje sobre la viabilidad de los corredores marítimos como para convertir la precaria salida alcanzada en disimulo apaciguador y trigo perdido.
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