La venta de coches se desplomó en 2020 y fue fácil atribuírselo al covid y al confinamiento, aquel periodo cuyas consecuencias cada vez parece más claro que no conocemos en su totalidad. La prensa inglesa identificaba ayer en los datos del Sistema de Salud de ... 2020 un significativo aumento de heridos por el ocio en los meses de reclusión: gente que se cortaba cocinando, que tenía accidentes con herramientas manuales motorizadas y sin motorizar, que se partía la crisma con el columpio del jardín o se quemaba al tomar el sol en la azotea. Nosotros hicimos lo mismo y, como es lógico, encerrados en casa para esquivar la amenaza del covid mientras enfrentabas la del bricolaje, en lo que menos pensabas era en cambiar de coche.
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Pero es que en 2021 no hubo confinamiento y las ventas de coches fueron mucho peores. En España y especialmente en el País Vasco, donde el año que iba a ser el de recuperación fue el peor en cinco lustros. El sector le otorga a la debacle una explicación principal que tiene que ver con la crisis de los microchips y los problemas logísticos. La explicación secundaria es más interesante y tiene que ver con que el posible comprador tiene en la cabeza un lío muy gordo que mezcla la incertidumbre pandémica y la imposibilidad de saberlo todo sobre combustión, electrificación, impuestos, restricciones, zonas de baja emisión, cambio climático y reloj del Apocalipsis. Así que ese comprador opta por esperar. Y, si no puede esperar, pilla por el menor precio posible un coche de duodécima mano para ir tirando. En términos contaminantes, basta con dar el contacto en ese coche para que caigan dos pájaros muertos sobre el capó.
Tampoco ayudará que en 2022 suba el impuesto de matriculación. Así que una cosa va a ser que los chips terminen de llegar y otra que la confusión comience a irse. Estando como está lo de la luz, quién sabe si lo inteligente es gastártelo en un coche eléctrico o en uno que funcione con energía nuclear. En el fondo de todo esto hay una paradoja granítica: nuestro tiempo consigue que los coches sean al tiempo la encarnación metálica del mal y un bien de consumo de la máxima importancia. Ambas cosas se te explican con urgencia desde las mismas instancias. Solo varía el día y, a veces, el portavoz.
Almeida
José Luis Martínez-Almeida dijo ayer que Almudena Grandes «no merece» ser hija predilecta de Madrid, pero va a serlo porque así el Grupo Mixto le aprobaba a él los Presupuestos. «Y este soy yo», le faltó añadir. Desde luego, igual que existe la orden médica de «no resucitar», debería existir la de «no predilectar» (el término es provisional: estoy trabajando en ello) para que la gente pueda morirse con la tranquilidad de que su posteridad no será manoseada por el gobernante. El espectáculo es atroz. Ajena por completo a cualquier idea sensata de comunidad, la política nos hace tragar con que al recuerdo colectivo se acceda como al Consejo General del Poder Judicial: a lomos de la cuota pertinente. Pues, miren, los alcaldes no deberían poder poner ni nombres a las calles. Porque llega a ser peor soportarles el gusto que la catadura. Y porque no creo que Larra sea hijo predilecto de Madrid. Ni puñetera falta que le hace.
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Puigdemont
Puigdemont defiende la libertad, el 'no surrender' y los derechos fundamentales en el planeta, generalmente con un tuit o un vídeo subido a media mañana. Ayer apoyó a Sare en su movilización del sábado. Un vídeo. El viernes, en cambio, puso un tuit anunciando que se suma a 'Ethereum', una red de 'blockchain' para construir «Estados descentralizados» y una red sin tecnológicas que no aparenta otra revolución que la de pertenecer a fondos de inversión distintos. Y todo el día así, Puigdemont. En primera línea. Hasta la hora de merendar.
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