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Sería imprudente recibir sin reservas la declaración del diplomático norteamericano Zalmay Jalilzad a 'The New York Times' según la cual Washington ha alcanzado un acuerdo con los talibanes para terminar la guerra en Afganistán. Que se trata de un gesto de envergadura es, sin embargo, ... seguro y muy relevante. Y la razón es que el Gobierno local no sólo no dispone del poder militar para asegurar su completo afianzamiento en caso de evacuación norteamericana y de sus aliados y quedaría detrás con toda pompa una vieja guerra civil. Un escenario que sería juzgado como un error grave y un fracaso en el intento, bien intencionado e inútil, de convertir el arisco país en una democracia parlamentaria lo que, sobre el papel, es ahora.
El anuncio tiene sabor a Trump y sólo indica, en realidad, que Jalilzad, norteamericano nacido en suelo afgano y superespecialista en la región donde ha sido embajador en Bagdad y en el mismo Kabul, se ciñe a los deseos del presidente. El conflicto ha costado la vida a 2.500 soldados norteamericanos desde la llamada 'Operación Libertad Duradera', iniciada el 27 de octubre de 2001 por fuerzas especiales americanas y británicas, que en realidad buscaban hacer pagar a Bin Laden y Al-Qaeda el terrible atentado de las Torres Gemelas.
Fue inútil entonces explicar que los talibanes eran una cosa y Al-Qaeda otra. Y esta falta de matices sumergió a la Administración de George Bush en una suerte de confusión al suponer de hecho que la presencia (dada por segura) de Bin Laden en algún refugio de Afganistán bajo protección oficial era suficiente justificación. Pero no lo era. En realidad, en Kabul los talibanes y su gobierno nunca supieron muy bien qué hacer con el millonario islamo-terrorista, ocultado celosamente en un refugio remoto sólo conocido por media docena de personas, y que dejó para trasladarse en total secreto a Abbottabad (Pakistán). Allí, y mucho más tarde fue localizado y ejecutado por un comando norteamericano en una fecha no precisada, tal vez el 2 de mayo de 2011.
La invasión occidental fue una victoria sobre los talibanes que no pasará a la historia de las grandes batallas, pero sólo consiguió, en realidad, echarlos fuera de Kabul y unas pocas ciudades más y abordar un difícil proceso de democratización a la occidental de un país sin la menor tradición al respecto. Una situación bien conocida por sus viejos colonizadores británicos, que trazaron sus fronteras en el siglo XIX y, de paso, le privaron de una necesaria salida al mar. El esfuerzo de hoy, otra democratización 'a la occidental', puede estar al borde del fracaso, muy probable si Washington, el de Trump, se va sin más ni más del país fiándolo todo, y es mucho fiar, a un acuerdo con los talibanes... Y sin saber bien cómo tomarán el proceso en el vecino Pakistán, donde, como saben hasta los niños, se cocina y se controlan gran parte de las iniciativas de los talibanes.
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