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La crisis en el independentismo venía de lejos, si bien ha estallado de forma rotunda esta semana cuando la Mesa del Parlament avaló, con el visto bueno de ERC, el informe del secretario general, en el que se comunicaba que se despojaba del acta de ... diputado a Quim Torra y se le privaba del derecho de voto. En virtud de tal instrucción, Roger Torrent anunció que el voto del president ya 'no se contabilizará'. El cisma entre ERC y JxCat llegaba así a su punto culminante.
El divorcio se consumó por la vía de hechos, como sucede en la mayoría de las crisis matrimoniales donde los cónyuges son incapaces de reconducir a la vía del mutuo acuerdo. El desenlace, conforme se ha actuado, no puede ser peor, pues como en la mayoría de los divorcios contenciosos, en éste también, las partes concernidas van a desarrollar respecto al otro un ánimo vengativo.
La crisis venía incubándose desde la propia formación del Govern, como instrumento al servicio de los intereses de Puigdemont, más que al servicio de la sociedad catalana o, si se prefiere, de un proyecto independentista eficaz y pragmático. Un desenlace que podía ser evitable si republicanos y neoconvergentes hubieran reflexionado sobre los errores que cometieron durante el 'procés', no solo desde el punto de vista de la legitimidad democrática sino también desde el de la eficacia y los resultados obtenidos, al impulsar un proceso unilateral de secesión no solo frente al Estado y la legalidad vigente, sino también frente a la otra mitad de los catalanes.
Con el transcurso de los meses el desenlace se hacía inevitable. Ambos socios sabían que lo era y se preparaban para que el contexto fuera el menos perjudicial electoralmente. La disputa entre ERC y JxCat tiene su justificación en términos de hegemonía en el soberanismo, pero tiene también una singularidad de gran calado estratégico. Ambas formaciones son permeables electoralmente en una parte importante de sus votantes. Este fenómeno es nuevo, pues no existía tradicionalmente entre CiU y ERC. Surge especialmente con la crisis de los convergentes, la crisis del Estatut y el desarrollo del movimiento soberanista. Esta situación de disputa de un espacio compartido hace crecer la rivalidad, la desconfianza y una especie de 'ni contigo ni sin ti', que genera una pérdida de libertad-autonomía en la decisión por temor a las consecuencias. Estos dos últimos años ERC ha padecido esta 'pérdida de libertad' para salir del espacio delimitado por Puigdemont. El divorcio puede ser también una buena oportunidad como mecanismo de liberación, siempre que se actúe con inteligencia y se piense en un proyecto que lo respalde la inmensa mayoría de los catalanes.
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