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Desde hace unos años, coincidiendo con la crisis del bipartidismo, la política en España está dominada por el sectarismo ideológico y la exclusión que hace muy difícil articular con la normalidad debida unos espacios para el diálogo y el acuerdo. Cualquier pretensión de dialogar y ... de pactar se ve como muestra de debilidad y de rendición ante los enemigos, sean éstos de la naturaleza que sean, bien de la patria, de la clase trabajadora o del sistema capitalista.
¿Y entonces, cómo se encauzan y se resuelven los conflictos que surgen y desarrollan en nuestras sociedades? ¿Existe entre nosotros, en el ordenamiento jurídico o en las pautas de convivencia alguna norma que impida hablar, dialogar con alguna formación legal?
España sufre con motivo del conflicto catalán una gravísima crisis que precisa del diálogo entre las instituciones de Cataluña y las del Estado y también entre los propios catalanes. Aunque sea una obviedad, resulta preciso recordar que el diálogo solo se puede articular si hay interlocutores dispuestos. Es innegable que Cataluña necesita un interlocutor con disposición favorable en el Gobierno de España, al igual que España precisa de un interlocutor con la misma disposición en el Govern de la Generalitat.
La inexistencia de esta interlocución leal y eficaz fue el humus donde creció el independentismo rupturista de 2017, pero también la que propició el caldo de cultivo para la reactivación del nacionalismo español. El diálogo con las formaciones independentistas es una necesidad con vida propia, que surge de un hecho innegable, como es que dirigen las instituciones centrales de Cataluña. El hecho de que Sánchez precise de la colaboración de ERC no hace más que subrayar el carácter urgente de aquella necesidad, salvo que el PSOE y el PP ofrezcan una alternativa distinta de investidura. Pero también en ese supuesto el diálogo con las instituciones catalanas es imprescindible.
Negar ese diálogo en base al argumento de que no se puede ni debe hablar ni acordar con el gobierno de los 'sediciosos', es apostar a la agudización del conflicto, a la radicalización rupturista con la esperanza de que algún día los catalanes les retirarán su apoyo y con ello perderán la mayoría parlamentaria que desde hace años tienen. Mientras tanto ni agua. Recuerden la frase que se le atribuye al general Espartero en 1842 cuando tras resolver drásticamente la revuelta popular, afirmó: «Por el bien de España, hay que bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años». Fue su alternativa al diálogo.
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