A quince días para el referéndum ilegal de autodeterminación del 1 de octubre ya puede hacerse un primer balance de daños del desafío soberanista, órdago que suma y sigue. El 'procés' ha destrozado la convivencia y ha hecho saltar por los aires el mapa político ... catalán. Sin entrar en derivadas económicas ni en el daño a la imagen exterior catalana y española.
Con el Estado tirando de la legalidad con firmeza para impedir la consulta y el independentismo instalado en la desobediencia no cabe duda de cuál será la tarea prioritaria el día después del choque de trenes: recomponer la convivencia. Por encima de cualquier acuerdo político. Como cimiento para eventuales pactos de futuro.
La tormenta política, unida a la corrupción, ha dinamitado además el mapa de partidos. El futuro está por escribir, pero no parece que los llamados a liderar Cataluña vayan a ser ni una Convergencia carcomida por la corrupción que ha abandonado el catalanismo moderado. Ni un PSC muy debilitado tras la fuga de los miembros de su sector soberanista.
Ambas siglas se han repartido el poder desde la aprobación del Estatuto. El catalanismo institucional, que se edificó en la Transición bajo el liderazgo de Jordi Pujol y que primero Artur Mas y ahora Carles Puigdemont han empujado hacia el barranco de la secesión, ha gobernado, gobierna aún Cataluña, desde hace hace casi tres décadas. Los otros siete años (de 2003 a 2010) fueron dos socialistas quienes ocuparon el Palau de la Generalitat. Primero, Pasqual Maragall tres años y luego José Montilla cuatro más. El PSC gobernó en coalición con la ERC de Carod Rovira y con Iniciativa.
Los problemas arrancaron posiblemente con la arriesgada promesa del expresidente Zapatero a Maragall de aceptar cualquier propuesta de Estatut que le enviara el Parlament. Aquello acabó, primero, en el 'cepillado' del texto en el Congreso del que tanto se vanaglorió el socialista Alfonso Guerra. Luego vinieron la desafortunada recogida de firmas playera del PP para acudir al Constitucional y el 'cepillado' definitivo del alto tribunal.
El nacionalismo se echó a la calle. Mas exigió a Mariano Rajoy un Concierto como el vasco. Otra vez sin éxito. El líder popular no se molestó en contraofertar, posiblemente convencido de que una posición de firmeza con los nacionalistas le rendiría óptimos frutos en el resto de España. Como así fue.
Mas intentó capitalizar en su provecho en las urnas el creciente enfado popular. Fracasó. Tras destaparse los chanchullos económicos del clan Pujol y confirmarse la implicación de su partido en escándalos de corrupción como el del 3%, el president optó por la huida hacia adelante. Su suicidio.
Primero colocó a Convergencia en la senda del soberanismo, con lo que empujó a sus socios de Unió, el partido de Duran Lleida, a romper CiU. Luego, en 2015, unió sus destinos a los de la Esquerra de Oriol Junqueras con resultado inesperado: terminaron dependiendo de los radicales de la CUP de Anna Gabriel que exigieron y lograron la cabeza política de Mas.
Hoy el expresident -que cedió el cargo al periodista Puigdemont- está inhabilitado. Además tiene pendiente de pago una multa de 5,2 millones de euros junto a sus exconsellers Joana Ortega, Irene Rigau y Francesç Homs por la seudoconsulta ilegal del 9-N de 2014.
Tras el previsible fracaso del 1-O lo lógico sería la convocatoria de nuevas elecciones autonómicas en un plazo razonable, comicios a los que CDC y ERC ya no acudirán en coalición por deseo republicano. Pero Convergencia rechaza de plano esta posibilidad. Porque los sondeos vaticinan su hundimiento. Y porque si Puigdemont termina inhabilitado, como lleva camino, no tendría ni candidato a la Generalitat.
Tampoco el PSC de Miquel Iceta, el otro partido de poder en Cataluña, atraviesa su mejor momento. Su intento de ser la casa común de los hombres y mujeres de la izquierda no radical, con independencia de su mayor o menor fervor catalanista, no cuajó. Algo con algún parecido, salvando las distancias, a lo que le ocurrió aquí a la extinta Euskadiko Ezkerra.
Desde 2014 los cuadros más soberanistas han ido abandonando el partido en un lento pero continuo goteo: desde los Maragall a Joaquim Nadal, Ignasi Elena, Marina Geli, Montserat Tura o Toni Comín, entre otros. Ello ha tenido su traducción en las urnas, donde los socialistas se han dejado la mitad de sus votantes. Hoy hasta tres diputados de Junts pel Sí y varios cargos del Govern proceden del PSC.
Queda por ver si alguien, se llame PDeCAT (el partido que ha cogido la herencia de Convergencia) o de otra forma, es capaz de construir y ofrecer al electorado una propuesta atractiva capaz de atraer a ese catalanismo institucional moderado que fue mayoritario hasta que estalló el 'procés', también para tapar la corrupción. Para el PSC el reto es recuperar el voto que se le ha fugado a Ciutadans y Podemos.
¿Ha llegado la hora de que ERC, el partido de los dos presidentes de la Generalitat en la Segunda República, Francesç Maciá y Lluis Companys, y de los dos del exilio, Josep Irla y Josep Tarradellas, recupere el poder? Los sondeos apuntan en esa dirección si Esquerra llega a un pacto con los 'comunes' de Ada Colau, que engloban a Podem y que van a salir divididos y, probablemente por tanto tocados, del actual 'procés'. Pacto que podría precisar el placet del PSC. Veremos.
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