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España es de los pocos países, si no el único, que pasó de una dictadura –fruto de un golpe de Estado y de una cruenta guerra civil– a la democracia sin represalias. A diferencia de lo que ocurrió en otros lugares tras la caída de ... regímenes totalitarios, y no siempre tan duros, aquí no hubo detenciones, ni juicios sumarísimos, ni encarcelamientos. Los culpables y artífices de muchos centenares de miles de víctimas y de cuarenta años de persecución de las libertades siguieron haciendo su vida normal como si nada hubiese acontecido.
Cuatro décadas largas después de la recuperación de la democracia, todavía un artífice emblemático de la represión y la tortura acaba de ser condecorado. Contado así, y aún habiéndolo vivido, resulta increíble. Alguna razón tenía el régimen anterior cuando alegaba en su propaganda patriótica que España es diferente. Ni en Alemania después de Hitler, ni en Italia tras Mussolini, ni en Grecia después de Papadopulos, ni en Portugal tras la caída de Salazar ocurrió algo parecido.
Evitar el revanchismo, volver a empezar y renunciar a la venganza fue un acierto político que evitó más enfrentamientos y derramamiento de sangre. La democracia avanzó con dificultades, pero acabó imponiéndose desde la libertad y el pragmatismo. Bien es verdad que siempre estigmatizada por algunos tics heredados y recuerdos apologéticos de aquella etapa que, sin dejar de lado la historia, hubiese sido mejor olvidar y, desde luego, nunca ser puesta como ejemplo.
La consecuencia es que ha transcurrido mucho tiempo y aún quedan de restos de víctimas sepultados en cunetas y todavía por nuestras calles, plazas e incluso templos se exhiben símbolos homenajeando a quienes dividieron a España en dos y gobernaron a una desde el autoritarismo salvaje y a la otra desde la prepotencia autocomplaciente de su victoria. Si lo ocurrido ya es tiempo de olvidarlo por el bien de la convivencia, todavía no se ha hecho; todavía se permite y hasta se protege que siga siendo ensalzado, el hecho y el principal protagonista. Estos días se anticipa que algo va a cambiar.
El principal símbolo de aquella tragedia es sin duda el Valle de los Caídos, el gigantesco monumento erigido por el dictador en recuerdo de su 'gesta' y exhibición de su egolatría perpetuándose en su propia pirámide, cual faraón contemporáneo. El anuncio de que el nuevo Gobierno promoverá la entrega de sus restos a la familia para que le dé respetuosa sepultura es algo que tarde o temprano tendría que acabar sucediendo. Levantará polémica y resistencias, pero hacerlo es ineludible y cuanto antes se resuelva este anacronismo, mejor.
Los residuos del franquismo, las influencias de un mal recuerdo para tantos complica la reconciliación y sigue dando una mala imagen de España. Aquella herencia mal resuelta sigue pesando en el ámbito internacional y es aprovechada por los enemigos o adversarios en negociaciones o conflictos, como ahora están haciendo los independentistas catalanes que se sirven de ello para debilitar nuestros argumentos.
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