Valle de los Caidos. Reuters

Democracia sin olvido

Las derechas españolas no tienen la menor intención de cortarel cordón umbilical con el franquismo. Por ello se resisten agresivamente a cualquier intento de recuperación de la memoria

Lunes, 1 de octubre 2018, 01:25

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, más se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmando, como un pulso que golpea las tinieblas, que golpea las tinieblas».

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(Gabriel Celaya).

Me vienen a la memoria las palabras del poeta ... vasco que llamaba a golpear las tinieblas al contemplar la exposición organizada por el Museo Vasco de Bilbao sobre el apoyo de Mussolini a Franco y sobre las semejanzas entre los fascismos italiano y español. En la sala de proyecciones, un reportaje del equivalente italiano al Nodo, en el que se narra el protagonismo de las tropas fascistas italianas en la conquista de la capital vizcaína, que el locutor describe como liberación de la ciudad, tomada por las tropas «marxistas» de Agirre.

La propaganda y la tergiversación son al fascismo lo que la información y la memoria a la democracia. Es evidente que el lehendakari Agirre no era un marxista, sino un católico de derechas. Cuando Franco se rebeló contra la legalidad y dio el golpe, hubo dudas en el PNV y presiones desde el Vaticano para que se alineara con el resto de las derechas católicas; pero al final Agirre permaneció leal a las instituciones democráticas y a la Constitución de 1931, al frente de un gobierno de coalición multicolor.

En una foto de esa misma muestra se puede apreciar el encuentro, unos años más tarde, entre Franco y Mussolini, en el que el 'Caudillo' se niega a devolver al 'Duce' en la Segunda Guerra Mundial el apoyo recibido de él en la Guerra Civil. La sonrisa indisimulada del español ante la indignación del italiano denota la falta de escrúpulos que le permitió sobrevivir a la derrota de sus aliados nazi-fascistas.

La democracia italiana, plasmada en la Constitución republicana de 1945, se eleva sobre el derrocamiento del dictador y se define como antifascista, proclamando la superioridad moral de las instituciones republicanas frente al 'Fascio'. Al contrario que Mussolini, Franco murió en la cama y su cadáver no estuvo expuesto a la ira de las masas, sino a los máximos honores. Decenas de años después, aún pervive el relato post-franquista de que hubo una guerra entre dos bandos que cometieron parecidos atropellos, exagerando las limitaciones que había tenido la República española, copiando la misma caricatura que hizo el nazismo alemán de la República de Weimar. No se entiende la democracia como un triunfo frente a la tiranía, ni se afirma la superioridad moral de los valores democráticos y republicanos sobre el autoritarismo. Es un relato que milita en la desmemoria.

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Es evidente que no hay democracias perfectas y que ni el régimen constitucional de 1931, ni la República de Weimar, lo fueron. Y que todos los contendientes en las guerras cometen atropellos. Pero el fascismo se basa en desacreditar la democracia y en desprestigiar la política. En el subconsciente popular aún quedan ecos de aquello en las muchas personas que siguen definiéndose con el «yo no estoy ni con unos ni con otros; yo soy apolítico». Ni la Constitución ni la democracia se entienden por muchos como instrumentos contra la tiranía, sino como acuerdo de cohabitación neutral y sin principios.

Por eso es necesario reivindicar una y otra vez que la democracia, desde la declaración de independencia americana y la revolución francesa, se construye como dique de contención frente a la tiranía y sólo puede erigirse sobre la memoria. Un dique de contención que es necesariamente plural e integrador, pero que nunca neutral.

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Franco bautizó a la Guerra Civil que provocó con su golpe como Santa Cruzada. Y efectivamente, como algunos historiadores críticos empiezan a reivindicar, tuvo mucho de 'cruzada', de 'yihad' de limpieza ideológica contra cualquiera que se apartara del nacionalcatolicismo, reduciendo a todo el resto al calificativo de «rojos», fueran socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos de distinto signo, o incluso católicos de derechas, pero no nacionalistas españoles, sino vascos. Había que identificar una única fuerza del mal, un único enemigo, una única «antiespaña», para legitimar la limpieza ideológica que se iba a llevar a cabo, tanto en la guerra, como después de ella, con la ejecución masiva y sin juicio de miles y miles de personas, muchas de las cuales siguen abandonadas en las cunetas, para vergüenza de una democracia desmemoriada.

Desgraciadamente, las derechas españolas no tienen la menor intención de cortar el cordón umbilical con el franquismo. Por ello se resisten agresivamente a cualquier intento de recuperación de la memoria y a cualquier juicio moral de la dictadura. Por eso mismo se han opuesto siempre virulentamente a cualquier iniciativa de introducir en las escuelas una asignatura de 'Educación para la ciudadanía'. No se trata de cuestiones menores; y reivindicarlas no es un mero ejercicio de nostalgia. Recuperar la memoria, condenar las tiranías y educar en los valores de la laicidad y del republicanismo cívico son cuestiones fundamentales para construir una sociedad democrática avanzada.

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