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Cuando un candidato como el brasileño Jair Bolsonaro, como antes lo hiciera Donald Trump, se alza con una victoria tan incontestable y amarga para cualquiera que tenga aún alguna fe en la democracia, hay una explicación que se alza por encima de las demás. No ... es posible que alguien así arrase en las urnas sin que enfrente tenga a un rival que no sólo no ha hecho bien sus deberes, sino que ha cometido errores tan descomunales como para despejarle el camino al vencedor. Es el demérito ajeno, cuando alcanza cierta cota, la mejor baza con la que puede contar uno, mucho más poderosa que el más alto de los méritos propios, y capaz incluso de suplir la carencia más clamorosa de virtudes y argumentos que ofrecer al elector.
Gracias a la torpeza y los desbarros de sus rivales, Trump y Bolsonaro tienen por delante un largo periodo de tiempo como mandatarios supremos de sus respectivos países, y tanto a los ciudadanos de estos como a los del resto del mundo -porque no se trata de dos países cualesquiera- no nos queda más remedio que confiar en los sistemas de contrapesos existentes en ambas democracias, algo más robustos y funcionales en el caso de la estadounidense, ya se verá en el caso de la brasileña. El régimen presidencialista les permitirá provocarnos aún un buen número de sobresaltos, sin más remedio, salvo que se salgan gravemente del dibujo y esos mecanismos de control funcionen, que esperar a que pase el término que tienen concedido por el electorado, y que en el caso de Trump no es descabellado que pueda prorrogar por otros cuatro años, tras ganar una segunda elección.
Vistos estos ejemplos, la tentación de vivir del demérito ajeno es poderosa para un político, y a ella no son inmunes los que en estos momentos nos gobiernan a los españoles. Gracias a la sobreactuación colérica de una derecha que una vez más no parece resignarse a no estar en el ejercicio del poder, y al peso ominoso que sobre el ánimo de las formaciones separatistas ejerce el fracaso de sus estrategias -la extorsión violenta en el caso de la izquierda abertzale vasca, y la erección surrealista de una república imaginaria, en el caso de la izquierda y la derecha independentistas de Cataluña-, el PSOE no sólo ha accedido a la Moncloa, sino que cuenta, encuestas afines del CIS al margen, con buenas opciones de mantenerse en ella, sobre todo si, como no parece improbable, acaba aprobando presupuestos.
Ahora bien, más vale tener cuidado con semejante facilidad concedida por los adversarios. En primer lugar, porque nadie se equivoca eternamente. Y por encima de todo porque, al final, lo que hace a un gobernante necesario y valioso es lo que acierta a aportar para mejorar su país, y no el oportunismo a la hora de aprovechar la manera en que otros quisieron empeorarlo.
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