Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
No he olvidado una tarde de 1998 que fui a ver el estreno de la película 'El polvorín', dirigida por Goran Paskaljevic. La vimos en compañía de Diana, una antigua amiga del barrio que era bosnia de Sarajevo. La película, que recuerdo como excelente, se ... compone de una serie de historias cruzadas en el Belgrado inmediatamente posterior a la guerra de los Balcanes. Una de ellas transcurre en el compartimento de un tren en el que coinciden como únicos viajeros un excombatiente y una mujer muy joven, ambos rotos por heridas invisibles de la guerra. El diálogo termina con una granada y un acuerdo de la efímera pareja. El hombre aferra la granada con las dos manos, le quita la espoleta y ella le coge las manos a él un segundo antes de la explosión. Diana se puso a llorar con desconsuelo durante esa escena, sin poder evitar los sollozos. Al salir del cine nos contó que su hermano fue contra francotirador en la defensa del cerco de Sarajevo; es decir, un francotirador que cazaba francotiradores y procuraba no ser cazado por ellos. Sobrevivió a la guerra, aunque solo en apariencia: meses después del conflicto se suicidó con una granada.
El suicidio como respetable decisión final. Terrible desenlace (aunque quizá todos lo son) de una vida cuando la adversidad resulta insuperable o lo es de un modo objetivo porque no hay esperanza posible. El Estado no puede ni debe hacer nada al respecto, tan solo respetar la decisión individual de quien decide irse del mundo. Sí es deber del Estado proporcionar a la ciudadanía, con sus medios y tutela, las mejores condiciones de vida posibles mediante criterios de justicia social y servicios suficientes y eficaces; evitar los suicidios por carencias subsanables. Otra cuestión, la que está en debate, es el deber público de dar soporte legal a quien ha decidido acabar con su vida y está tan desvencijado que no puede hacerlo sin ayuda, o ya lo decidió con previsión y expresó su voluntad antes de caer en esa situación de extrema dependencia. El reciente caso de Ángel Hernández ayudando a morir a María José Carrasco, su mujer, no puede resultar más elocuente al respecto, además de ser una conmovedora prueba de generosidad y amor profundo hasta las últimas consecuencias. También, de un compromiso para mostrar con su duro ejemplo la necesidad de una ley que regule la eutanasia.
En 2007 escribí una columna titulada 'Eutanasia'. Hace 12 años se decía que era un tema todavía peliagudo que carecía del suficiente calado social para llevarlo adelante. Creo que no era así ni entonces, pero en todo caso ahora sí es el momento. Y recordemos lo obvio a los detractores de una ley de eutanasia: será voluntaria y sin afán de proselitismo, a diferencia del que siempre quieren imponer los que velan a ultranza para garantizar el valle de lágrimas colectivo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.