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Para muchos Franco es como Gran Hermano. Cansa. Dicen que ya se han contado demasiadas cosas, que de recuerdos no se vive y que el pasado, pasado está y punto. Conviene, piensan, no remover a los muertos. Y así ocurre también con el cine y ... los libros de la Guerra Civil. Curiosamente algo que no tiene su paralelismo con obras basadas en las guerras mundiales, en la de Vietnam, en la de Corea y hasta en las que rememoran las andanzas, matanzas y demás de indios y vaqueros. Éstas sí que placen porque, quizás, no enlazan con nuestra memoria, ésa que hay que dejarla en el trastero de la Historia donde sólo unos cuantos insensatos se atreven a entrar.
La decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de trasladar los restos mortales de Franco a un lugar más acorde con la justicia histórica que merecemos es, además de un gesto de considerable rentabilidad política, una necesidad de reconciliación de España con su pasado. La grandiosidad del lugar, el Valle de los Caídos, que contrasta con la pequeñez física del acogido, nunca ha guardado relación alguna con un país que ha comenzado a relatar su pasado de una forma más cuerda y con más rigor que lo que antaño se hizo. Ni Francisco Franco, ni José Antonio Primo de Rivera deberían de estar ahí pues ya no representan nada más que una etapa ignominiosa de amarga remembranza. No deberían de ser considerados altares del recuerdo las tumbas de quienes están rodeados de miles de cadáveres, muertos por un patriotismo mal entendido y para los cuales la anulación del Valle de los Caídos como centro de culto de la Dictadura debe de ser, de entrada, un modo de rendirles honores y pedirles perdón. Recuperar la memoria y poner nombre a los muertos debería de servir para llenar los huecos de la Historia porque sólo así será posible transmitir toda la barbarie y la sinrazón de una época que en absoluto ha de volver a repetirse. Definitivamente, Franco es ya un ornamento vintage de mal gusto.
Haría bien la derecha española en apoyar la iniciativa de Pedro Sánchez. Ese afán por sobreseer el franquismo y dejarlo en el olvido bajo el argumento de que ya tenemos democracia no ayuda en nada a la hora de transmitir fielmente la historia. Ellos deberían de ser los primeros en apagar la llama de una tumba que más que un recuerdo es una vergüenza. Le convendría aplaudir la decisión para demostrar de una vez por todas que nada hay en ellos que permanezca de esos otros tiempos. Una democracia sana merece una memoria saneada y para ello la denuncia de los pasados vergonzosos es un requisito indispensable.
La tumba de Franco y el Valle de los Caídos conforman un monumento a la vergüenza, al totalitarismo y al crimen. ¿Puede una democracia como la española permitirse algo así? Sinceramente, y pese a quien pese, creo que no.
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