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Furgón de cola ·
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Furgón de cola ·
Parece que tras las vacaciones no llega septiembre, sino la madre de todos los septiembresEl fin de las vacaciones de verano solía imponerle al ciudadano una única labor por el lado del análisis de datos. Consistía en estudiar el calendario en busca de festivos y puentes promisorios: fechas en rojo que funcionasen como paliativos para la vuelta a la ... rutina. Este año, en cambio, la llegada de septiembre impone el estudio de algo distinto al calendario: los datos de la epidemia. Y no hay en ellos paliativos. Lo que se ve en rojo es una curva nada promisoria que asciende. Su visión es frustrante por el lado del miedo y por el del fracaso. Si el ranking es negativo, lo lideramos. Se diría que todo está saliendo mal.
El plan era transformar el verano en una especie de tregua en la que prepararse para un otoño duro, aprovechando lo aprendido en la primera oleada de la epidemia y tratando esta vez de llevarle la delantera al virus. Sin embargo, el verano no ha sido de tregua, sino de repunte. Y quienes iban a moverse rápido han vuelto a quedarse petrificados. Ahora llega septiembre y donde debía haber estrategias claras, escenarios previstos y recursos preparados encontramos lo habitual, un nervioso zafarrancho.
Hemos llegado a ver cómo las distintas administraciones se lanzaban unas a otras la responsabilidad misma de gobernar. Nos enfrentamos a una crisis inaudita con una clase dirigente que se aferra incapaz a lo de siempre: la artimaña con brillo ideológico, el truquito de comunicación política.
También hemos visto cómo desde esas alturas se cargaban las tintas contra el comportamiento social, que en algunos casos habrá sido indefendible, pero que mayoritariamente ha sido sensato. ¿Se intenta poner a circular una excusa? En 2008 vivíamos por encima de nuestras posibilidades y en 2020 lo que hacemos por encima de nuestras posibilidades es beber. No hay sin embargo botellones que justifiquen el liderazgo en cada dato funesto. Porque cuesta creer que nos guste la calle más que a los italianos, que nos pierdan las terrazas más que a los franceses o que seamos más familiares y besucones que los portugueses o los griegos. Y ya sería casualidad que las fiestas más salvajes no fuesen las de Londres o Berlín, sino las de Totana, el barrio de Mendillorri en Pamplona y Gernika, esas repentinas capitales europeas del marchón.
2020
La sentimentalidad tuitera trabaja para darle a 2020 la categoría de peor año de la historia. Por lo de la pandemia, pero también por lo de Kobe Bryant y Chadwick Boseman. O porque ayer de pronto hubo un terremoto en Pamplona. «¿Qué más va a pasar?», se lamenta la sentimentalidad tuitera, ignorando que siempre puede pasar mucho más y olvidando que no hay año sin riadas, seísmos y famosos muertos. Conviene no exagerar. 1918 fue peor. Además de pandemia (gripe), hubo guerra mundial. Antibióticos, en cambio, no había. Hace dos años, Michael McCormick publicó en 'Science' que el peor momento para vivir en la Tierra fue el año 523, cuando la erupción de un volcán en Islandia hizo que la oscuridad y el frío cayesen sobre medio planeta durante dieciocho meses. Dicho de otro modo: si tienes tiempo y ánimo para lamentar que vives el peor año de la historia, enhorabuena: no estás en el peor año de la historia.
Irak
Parecía que lo de las grandes concentraciones humanas había quedado claro. Que conviene evitarlas si hay una epidemia, quiero decir. Pero qué va. Ayer el mundo musulmán celebró la Ashura y miles de fieles procesionaron por ejemplo en Irak. Lo hicieron con mascarillas y guantes y en menor número de lo habitual, pero golpeándose como es tradición en señal de duelo por el martirio de Husáin ibn Ali, el nieto de Mahoma. Ya se ve que es complicado imponer la prudente razón allí donde reina el sentimiento religioso. A ver qué tal la Diada.
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