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En tiempos en los que en el discurso público se suceden las reyertas y los excesos, y en el comienzo de una nueva campaña electoral cuyas circunstancias no hacen augurar moderación, es reconfortante volver la mirada al espacio de la cultura, ese tejido que nos ... reúne e incluso nos permite discrepar de esa manera a la vez civilizada y constructiva que parece desterrada de la lucha política, empeñada en la demolición del contrario. Afán este que en democracia suele resultar ilusorio, y que más tarde o más temprano debe dejar paso al noble arte de la transacción.
Podemos ir al cine, por ejemplo, y escoger entre las varias películas españolas de mérito que coinciden en estos días en la cartelera. Opciones como 'Mientras dure la guerra', de Alejandro Amenábar, o 'El crack cero', de José Luis Garci. En ambas hay una mirada sobre nuestro pasado reciente, desde presupuestos ideológicos diferentes, incluso divergentes en más de un sentido. Y sin embargo, es posible sumergirse en la narración que ambas contienen, sin coincidir forzosamente con todos sus postulados, y a la vez paladear la elegancia de sus imágenes y la solvencia de sus interpretaciones, ambas acreditativas de un trabajo hecho con esmero y con amor al oficio. En ambos casos uno sale del cine con la sensación de que le han puesto en la memoria algo valioso, que no tiene por qué cambiar su concepción ni su visión del momento histórico relatado, pero que las nutre y les otorga matices nuevos nacidos de la fecunda verdad del arte.
También podemos leer un libro y, aprovechando que tiene reciente el Premio Nacional de Narrativa, escoger 'Lectura fácil', de Cristina Morales, un ejercicio brillante y en muchos sentidos pionero, en el que la autora demuestra su dominio del idioma, su ojo certero para los detalles y un bisturí afilado que no deja de señalar ni una sola de las contradicciones que se le ponen a tiro. En su retrato de la enrarecida Barcelona del procesismo hay estopa para todos, desde el Estado y sus instituciones, entre ellas la Generalitat, hasta la CUP, sin dejar de atizarle tampoco al movimiento okupa con el que la novelista simpatiza. No hace falta estar de acuerdo con ella ni con sus ideas -de hecho, es difícil estarlo, y más desde que se ha pronunciado públicamente a favor de quemar las calles de Barcelona- para apreciar una obra literaria que enriquece nuestra imagen del presente.
Vivimos en definitiva tiempos en los que se nos ofrece más dicha y más provecho como espectadores o lectores y en los que aporta más nuestra cultura que los que se nos presentan como solucionadores de problemas, sin hacer más que agravarlos con sus quimeras varias, ya sean inmovilistas o rupturistas. Y sin embargo, habrá que escucharlos, antes de volver a votar.
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