
Contingencia
Antes de comunicar las malas noticias, mejor tener a buen recaudo los votos
Antonio Rivera
Martes, 19 de mayo 2020, 00:11
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Antonio Rivera
Martes, 19 de mayo 2020, 00:11
Hace dos meses, antes de que el mundo se parara, la especulación preelectoral era el ejercicio más anodino que pudiera imaginarse. La política vasca había ... entrado en fase REM, como allá por los años 80 y 90 en que nacionalistas y socialistas se empeñaban en convertirla en la administración de las cosas y evitarnos sobresaltos sobre la esquiva y cansina ontología y destino del ser vasco. Ya sin terrorismo y con los debates sobre nosotros mismos espaciados en el tiempo y presentados como pasatiempo, las dudas de por dónde se desviarían los votos se limitaban a los posibles efectos de la tragedia del vertedero de Zaldibar y de la para entonces olvidada sentencia de la corruptela alavesa relacionada con los jeltzales. Más allá de eso, el informe de gestión era más de lo mismo. Y en cuanto al estado de forma de los jugadores, sendos revolcones por la base o por las alturas a la hora de designar candidatos en Podemos y en el Partido Popular eran lo único novedoso. ¡Quién se acuerda ya de eso! El resto, todos bien.
Es curioso este tiempo que estamos viviendo: todos los días son iguales, parece que no pasa nada, pero todos sospechamos cambios de hondo calado. Nadie sabe cuándo se manifestarán; es la única incógnita. Pero que dos meses de inactividad han dejado el tejido productivo hecho polvo y no será fácil devolverlo a la vida, que la crisis va a impactar otra vez de manera muy diferente en unas y otras personas y colectivos, que hemos cambiado las rutinas y con ellas el valor que damos a las distintas cosas, o que nos hemos convertido en privilegiados jueces de los gestores de lo público, son hechos indiscutibles que, tarde o temprano, harán que nuestro criterio se manifieste de manera novedosa. No ha pasado nada más que el virus y sus terribles secuelas, pero ya no vamos a ser iguales que hace dos meses.
De manera que, en previsión de la contingencia futura, Urkullu ha resuelto no darle más tiempo a esta y convocar aquellas elecciones que, de haber sido normal todo, ya habríamos celebrado hace casi mes y medio. Quien quita la ocasión, quita el pecado. En crisis de esta envergadura, el Gobierno solo puede aspirar al empate, a no verse en exceso desgastado; por definición, es culpable de todo lo malo, lo que estaba en su mano y lo que no. La crisis nos ha desnudado a todos, y también a quienes han hecho exagerada bandera de su experta gestión. Nos han chalaneado como a los demás, nos han engañado vendiéndonos las mismas mascarillas defectuosas, se nos han colapsado las mismas UCIs, nos ha faltado el mismo material de protección, se nos han cabreado los mismos sanitarios, hemos publicado los mismos boletines oficiales a horas intempestivas corrigiendo lo indecible, hemos disuelto consejos expertos asesores para rodearnos de más complacientes expertos políticos, hemos reivindicado la diferencia para hacer exactamente lo mismo que los demás, aunque por nuestra santa y autónoma voluntad… y así hasta mil.
En situaciones de profunda crisis, la desazón que en silencio rumia el ciudadano puede manifestarse en las direcciones más insospechadas. Aunque las últimas encuestas dicen que nada sustancial se ha movido en cuanto a intenciones de voto, hay que sospechar que el bicho no ha pasado en vano para las tripas y las cavilaciones de la gente. El miedo y el enfado son emociones incontroladas, aunque de momento parecen haber apuntalado durante la crisis las inclinaciones ideológicas (o así) que teníamos antes de ella.
Súmesele a todo eso la incógnita de una campaña y unas elecciones como no se han hecho nunca. Es fácil decir eso de que haremos mucho voto por correo: es como multiplicar por tres y en espacios reducidos la posibilidad de contagio respecto de una mesa de votación. A cuenta del desigual temor al virus que tengan los distintos cuerpos sociales tendremos abstenciones y participaciones diferenciadas que derivarán en resultados imprevistos. La logística del día de autos no la hemos ni imaginado, por mucha prisa que tuviera el Gobierno por desescalar para así hacer las pruebas y tener abiertos los espacios educativos.
¿Y la campaña? No hay problema por lo de los actos masivos, ya desusados, pero ¿cómo se formulará esta? ¿Telemáticamente? Otro corte desigual que favorecerá o perjudicará dependiendo del tipo de público que cada opción política tenga. Otra manera de dirigirse al ciudadano de la que todavía no tenemos constancia de su eficacia: una cosa es ser activo en las redes y otra que de ahí derive el voto.
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