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Amedia mañana de ayer me llegó el anuncio de un libro acerca de una sentencia prefabricada. Sin las virtudes de brujo de su autor, lo único indiscutible era que su libro sí que estaba fabricado de antemano. Luego desapareció el mensaje, quizás por su habilidad ... en desenmascararse él solo. Algo así ha sucedido con todo lo demás. Quizás porque la filtración del fin de semana había puesto a cada cual en su sitio (en el sitio de antes), lo cierto es que para estas horas todo sigue el guion previsto. Pedro Sánchez y su Gobierno ocupando un ancho centro y afirmando cosas rotundas -«cumplimiento íntegro de la sentencia»- que se saben relativas al depender solo de la norma penitenciaria. Pablo Casado en su perfil egipcio, pero apretando, esquivando que este fuego lo encendió su partido y proponiendo leyes para que a futuros encausados por esta intentona no los salve ningún tribunal. Albert Rivera en inútil pose de hombre de Estado pidiendo reuniones al más alto nivel. Pablo Iglesias contenido, como si quisiera confirmar otra vez que por este asunto no había -ni habrá- argumento para no compartir Gobierno. Santiago Abascal atizando el fuego de los infiernos.
En el otro lado, unanimidad nacional. Cierto que ayer fue el día para la grandilocuencia y el dramatismo, pero no sé qué afirmación es más disparatada, si el discurso al completo de Quim Torra, la vinculación de esta sentencia con el ajusticiamiento infame de Companys en 1940 a cargo de Rufián o la declaración prefabricada, esta sí, del Fútbol Club Barcelona. A los tres, y a otros muchos más, les une la ignorancia del Estado de derecho y del respeto a la ley. Cuanto más lejos vayan con esas declaraciones más camino de regreso les espera. De momento, mucho. Y luego el poble de Catalunya, el agitado, el que se mueve, el en apariencia único existente. El juego de ayer consistía en emular lo de Hong Kong y bloquear la circulación aérea en El Prat. ¿Para cuántos días dará la gasolina? Los que sean, pero mientras duren seguirán agrandando la brecha que separa las dos ciudadanías catalanas, lo más importante, junto con la pedagogía acerca de qué puede y no hacer alguien que gestiona en un momento dado el bien común.
La sentencia es la mejor para todos, salvo para los incendiarios de cada parte. Casi quinientas páginas desvelando con detalle en qué consistió la jugada, desvaneciendo así cualquier halo de épica y romanticismo que pudiera quedar. La conclusión es hiriente: condenados por mal uso preconcebido de los recursos y poderes públicos, y por aparentar una revolución que no lo era (vamos, no fue ni rebelión). Y, además, un prudente silencio acerca de la aplicación ordinaria de la política penitenciaria en el futuro, lo que ha derivado las cábalas por ahí a falta de más posibilidades de comentario de la sentencia.
La verdad es que a Marchena y a los suyos les ha quedado fetén, sostenida por unanimidad de la Sala y de difícil cuestionamiento si no es a base de trazo grueso e impugnación previa. Dejar el futuro al albur de las posibilidades de la ley penitenciaria es no cerrar más puertas ni dinamitar más puentes de los que ya tenemos volados.
Porque esta es una pantalla vieja, ya superada, de inevitable tránsito después de lo ocurrido aquel primero de octubre de 2017. A la revolución divertida esa le viene bien aprender que, cuando un adulto hace algo, las consecuencias, las que sean, son inevitables. Solo se es libre si se es responsable, dueño de tus actos y consecuente de lo que reporten. Una visión más cívica que el sonoro exabrupto de que quien la hace la paga. Pegarán fuego a las calles esta semana, paralizarán todo lo que se movía, sacarán pecho y músculo de pueblo unido e invencible, y en unos días, si alguien no inflama todavía más los rescoldos, los más sensatos de cada parte iniciarán por arriba o por abajo las conversaciones para salir de esta.
Entre medias volvemos a tener los minutos basura de aquí a las elecciones del próximo 10 de noviembre, donde cada cual mostrará su lado más rocoso y reconocible por los suyos, pero todos saben que esto no da más de sí. Los unos no pueden repetir su anterior demostración porque no será sino farsa. Los otros habrán aprendido que, si el Estado de Derecho tiene en la ley su soporte, en la política encuentra su adaptación eficaz a las nuevas realidades y a los problemas. Ninguno puede repetirse, porque si lo hace perderá el menguante favor de los suyos, ya bastante afectado por una actualidad que a nadie, salvo a los más montaraces, le gusta.
Podía haber sido peor, mucho peor. Los preceptos políticos más sagrados siguen en pie y sus acechantes han quedado adecuadamente reconocidos y castigados, pero no humillados ni vencidos. Y, a la vez, todos hemos aprendido las respectivas lecciones. Dentro de lo malo, el escenario es hoy el mejor. Ahora solo queda aprovecharlo, y eso no lo puede hacer Marchena.
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