Contagio en Mallorca

No es para menos. Ayer los contagios bordeaban los novecientos casos y se repartían por siete comunidades, entre ellas el País Vasco. El Govern balear ha reaccionado nada más ver que el macrobrote puede afectar a la llegada de turistas británicos. En consecuencia, 175 estudiantes peninsulares han sido aislados en un hotel de Mallorca. Algunos denuncian que están «secuestrados» por el repentino rigor del gobierno insular. Pobres. Ignoran que podrían llegar a ser ajusticiados si Boris Johnson lo impusiese como condición para liberar su ansiado capital: cientos de miles de hijos de Albión sedientos de sangría.

Mientras tanto, parece que los padres de los jóvenes que han regresado del viaje de estudios con covid responsabilizan de todo a la empresa que los llevó a Mallorca y a los locales que allí los acogieron. Creo que los padres, adultos al fin y al cabo, deberían reflexionar. Seamos serios: no toda la culpa es de las empresas. También hay que denunciar la responsabilidad de las islas Baleares como archipiélago que se exhibe paradisiaco como si tal cosa. Y la culpa, enorme, del Mediterráneo. Como masa de agua inspiradora de felicidad y como tradición cultural que invita desde la Antigüedad a los cultos dionisíacos. Puestos a responsabilizar, no olviden los padres que pueden responsabilizar sobre todo a la biología. Ha sido ella, y nadie más que ella, la que ha transformado a sus bebés adorables en lo que son ahora: diabólicos seres pubescentes que enloquecen cuando suena el dembow.

A menos de que unos abuelos puedan aficionarse en su jubilación a las matanzas de ciclistas, lo ocurrido el sábado en el Tour es una mezcla de estupidez, infortunio y catástrofe plenamente contemporánea. Me refiero a esa joven que decidió sacar un cartel sentimental («Ánimo, abuelito y abuelita») al paso del pelotón y terminó provocando una caída múltiple con varios ciclistas heridos. Protagonismo y bondad: menuda mezcla explosiva. En un principio, se dijo que la joven del cartel era una famosa 'tiktoker', pero puede que solo fuese alguien que quería salir en televisión. Y muy famosa digo yo que tampoco será porque huyó del lugar del accidente -un repentino campo de batalla- sin dejar rastro. Se juega un año de cárcel y 15.000 euros de multa. La Gendarmería difunde su descripción: impermeable amarillo, camiseta de rayas, gafas… Parece la novia de Wally. Por eso el chaval se esconde tantísimo. Ahora lo entiendo.

¿Quién no ha olvidado algo en el autobús? El paraguas, el periódico, información militar sobre la respuesta rusa a la presencia del destructor HMS Defender en Crimea. Es lo que un ciudadano inglés se encontró el martes en una parada de Kent. Ojalá ni se inmutase: «Cielo santo, papeles secretos». Lo son tanto que la BBC omite el contenido de algunos en los que pone 'Secret UK Eyes Only', clasificación que les sonará de las pelis de James Bond, aquel funcionario del MI6 que, por no olvidar nada en el autobús, pillaba siempre el Aston Martin.