La política española se ha instalado definitivamente en la dinámica de la confrontación más extrema, donde la mera posibilidad de un debate sostenido en argumentos racionales y posiciones razonables se ha convertido en un imposible, implantándose en su lugar la bronca pura y dura basada ... en la descalificación cuando no en el insulto.

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Es obvio que el Gobierno de Sánchez ha cometido errores en la gestión de la crisis sanitaria, antes y tras la declaración del estado de alarma. Como aciertos en el control progresivo sobre la curva de contagio, así como en las medidas sociales, económicas y laborales adoptadas con urgencia para proteger a los más vulnerables.

El modelo de estado de alarma está diseñado para realizar una gestión centralizada en torno a la figura nuclear de la autoridad competente que encaja mal con la idea de un Estado compuesto. Pedro Sánchez, por la fuerza de los hechos, se convenció de que precisaba aliviar la tensión con las CC AA, dando paso a una gestión basada más en la codecisión. Esto y los acuerdos con algunas formaciones han permitido que la tensión haya disminuido, abriendo paso a la colaboración.

No es eso lo que ha sucedido con la confrontación entre Gobierno y oposición, especialmente la que encarnan Casado (PP) y Abascal (Vox). El enfrentamiento se ha intensificado hasta el punto de que a día de hoy para la dirección del PP éste se ha convertido en un objetivo en sí mismo. Esta confrontación radical no se explica ni justifica por las discrepancias que puedan tener los populares con las medidas adoptadas durante el estado de alarma. No hay discrepancia de entidad que haya sido expuesta, que pueda justificar la radicalidad de Casado contra Sánchez y contrasta mucho con la actitud que mantienen los presidentes de las autonomías gobernadas por el PP, salvo el caso de la presidenta de Madrid.

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Se ha situado la confrontación como estrategia principal con un propósito electoral a muy corto plazo. Lo que persiguen no es colaborar con el Gobierno para lograr un gran pacto de Estado, sino hacer imposible dicho acuerdo. En ese horizonte el escenario que prevén como más probable es el de unos nuevos comicios si Sánchez no consigue el apoyo suficiente para aprobar los Presupuestos Generales de 2021. Es decir, su estrategia pasa porque España no cuente con unas nuevas Cuentas, pues si tal premisa se cumple, la caída de Sánchez la dan por segura. Mientras el sentido común exige a las formaciones un esfuerzo de colaboración, a Pablo Casado el cuerpo le pide 'guerra', de hecho su discurso del miércoles fue más propio de una moción de censura. En esa idea hoy solo tiene un aliado en Vox, salvo que alguien más se apunte por aquello de 'cuanto peor, mejor'.

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