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Ha hecho falta una pandemia para que el Estado que se ocupa de los asuntos de los españoles funcione con normalidad. Por lo menos, en lo que toca a uno de los órganos donde reside su representación institucional, que coincide que es además el llamado ... a la coordinación de sus autoridades al máximo nivel: la conferencia de presidentes que reúne al del Gobierno con los de las comunidades autónomas. Unas comunidades autónomas -habrá que recordarlo una vez más por si a alguien le ha pasado inadvertido- que gestionan competencias clave para garantizar los derechos y las libertades de los ciudadanos, en condiciones normales y también en estas actuales y extraordinarias.
Ha sido por videoconferencia, pero esta vez no hemos tenido que lamentar como otras el desdén o la inhibición -elija cada uno el vocablo que prefiera- de presidentes más empeñados en hacer notar sistemáticamente que lo de España no va con ellos que de estar donde, les guste o no, se toman decisiones relevantes para los españoles que, hoy por hoy, forman la población de sus respectivos territorios. Ciudadanos y ciudadanas que no tienen en su poder otro pasaporte y ante los que deben responder.
Esa pantalla dividida en recuadros ante el presidente del Gobierno es la imagen más parecida que hemos tenido nunca del Estado que debería ser: donde cada uno tiene su ámbito de gestión y su autogobierno, que no está en entredicho ni siquiera bajo esta emergencia sanitaria y que nadie duda de que pasadas las circunstancias excepcionales en que nos hallamos quedará restaurado en su integridad; y donde todos ponen su esfuerzo y su concurso para que el edificio del Estado, del que depende el ejercicio de todas las competencias, se mantenga en pie.
De los dos presidentes más refractarios a sentarse en la gran mesa del Estado autonómico -el único que tenemos los españoles-, uno de ellos, el vasco, ha respondido con solvencia y lealtad que no pueden dejar de reconocérsele, teniendo en cuenta sus discrepancias, legítimas, con cómo ha afrontado la crisis el Gobierno central y sus postulados, también legítimos, de carácter nacionalista. La otra presidencia, ejercida en esta hora por un activista irresponsable y sin conciencia de lo que está en juego, parece haber comparecido sólo para dar la nota.
Ya tiene una condena por ignorar que su desempeño está sometido a las leyes, y no al albedrío del iluminado. Antes de que la firmeza de esa condena lo desaloje, harían bien los suyos en buscar a alguien que represente con dignidad a los catalanes.
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