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Hay palabras que se focalizan en algunas expresiones de la realidad y terminan perdiendo parte de su significado. Palabras que necesitamos recuperar y llenar de un contenido que nos ayude a progresar. Una de esas palabras es la competitividad. Por otro lado, hay palabras con ' ... buena prensa' que pueden perder su poder de evocación por no llenarse de contenido real. Es el caso de la palabra 'bienestar', acompañada de otra: social. En este juego de palabras, la competitividad protagoniza 'el papel de malo' y el bienestar, 'el papel de bueno'. Sin embargo, son palabras llamadas a establecer y mantener un diálogo constructivo, con un lenguaje compartido, pues no hay bienestar sin competitividad y, en mi opinión, no merece la pena una competitividad sin bienestar.
El término 'competitividad' deriva de la palabra 'competición', ligada a expresiones de carácter comparativo y relaciones de rivalidad. La Real Academia de la Lengua (RAE) da dos definiciones de competitividad: la capacidad de competir y la rivalidad para la consecución de un fin. Definiciones directamente relacionadas con el uso habitual del término en la empresa y la economía, donde 'competitividad' se refiere a «la capacidad de competir en un mercado». Son definiciones basadas en procesos de rivalidad, donde hay 'vencedores' y 'perdedores'. Cuando pasamos de la empresa a una perspectiva más amplia, aparece la 'competitividad territorial', donde el espacio geográfico adquiere una especial relevancia. Así, la competitividad proyecta la imagen de unos territorios que compiten directamente contra otros, cuando la realidad es que su interacción no es un 'juego de suma cero' -en el que lo que unos ganan otros lo pierden-.
La visión territorial es clásica en la competitividad, aunque está evolucionando. Así, por ejemplo, Aiginger y Firgo ven la competitividad regional como «la habilidad de una región para conseguir objetivos más allá del PIB». Una habilidad que depende de la innovación, la educación, las instituciones, la cohesión social y la ambición ecológica. Esa aproximación transita de una perspectiva de costes -productividad, en términos de Porter- a una perspectiva de 'habilidad' al servicio de unos objetivos. Autores como Audretsch destacan la dimensión humana, aunque la focalicen en las personas entendidas como un ente colectivo -fruto de la agregación-. En este sentido, el término 'capital humano' responde, en gran medida, a una perspectiva territorial y organizativa que se impone a la lógica de la persona como tal.
Es cierto que la expresión del territorio, la mayor parte de las veces, parece sugerir la figura de la comunidad social que vive en un territorio -el ecúmene de los griegos-, aunque el paradigma dominante hasta la fecha sea un paradigma espacial-territorial. Por eso, sería más adecuado hablar de una 'competitividad ecuménica', en vez de territorial. No debemos olvidar que la lógica territorial es una lógica social, y una lógica social solo tiene sentido si pone en valor la dimensión de la persona.
Por otra parte, el bienestar y la cohesión social aparecen, cada vez más, como el propósito fundamental de la acción de los colectivos sociales, preocupados de forma creciente por la lucha contra la desigualdad y la profundización en su cohesión interna. Esa preocupación también se manifiesta en relación con la necesidad de ganar competitividad y garantizar el desarrollo económico de la sociedad en su conjunto. Pero esa aproximación, en términos de bienestar económico medido, sobre todo, desde la perspectiva de la productividad, resulta insuficiente, ya que el crecimiento económico no parece traducirse necesariamente en un 'buen desarrollo'; pues, como diría Stiglitz, puede darse un crecimiento de baja calidad, manifestado a través de un incremento de la desigualdad económica y social.
De todo lo anterior se desprende la necesidad de profundizar en nuevos enfoques acerca de la satisfacción de las necesidades de las personas y, en consecuencia, de la sociedad, precisando el alcance de conceptos como progreso, desarrollo humano, desarrollo económico, bienestar, calidad de vida, sostenibilidad, desarrollo sostenible, etc. Y necesitamos relacionarlos, además, con la competitividad.
Esto nos lleva a abordar la competitividad desde la perspectiva de la persona, sugiriendo una competitividad al servicio del bienestar de las personas; de manera que la competitividad no sea un objetivo en sí misma, sino una capacidad al servicio del bienestar. Son las personas las que progresan, pues ellas son el verdadero sujeto del progreso. Es cierto que lo hacen relacionándose con otras personas, articulando y formando parte de organizaciones de diferente naturaleza -empresas, instituciones...-, pero son las personas las que definen el propósito, las que hacen las organizaciones y les imprimen carácter.
Esta nueva perspectiva de la competitividad al servicio de la persona está pendiente de descubrir, de analizar y de contrastar, pero resulta de gran actualidad si queremos llenar de contenido una palabra -competitividad- que en gran medida nos ha sido arrebatada para situarla en un campo alejado de la persona y del bienestar y la cohesión social. Ganar esa palabra para ponerla al servicio del progreso de las personas resulta un desafío estimulante, lleno de preguntas, al que hacer frente desde el diálogo, la reflexión y la acción.
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