Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
He tenido la desafortunada experiencia de volar con niños. He de decir que ya llegaba calentito porque siendo las 5.30 a.m. me encuentro con el parking de larga estancia lleno. «Podía haber reservado sitio, caballero». No me toques el horno, encima, que no ... caben más bollos. Me largo, pues, al parking de corta estancia. Que me va a salir a riñón. Y me encuentro con que el sitio en el que aparco (el único libre tras 15 minutos buscando dentro) tiene una columna que acaban de poner ahí con mala leche. De esas que se mueven justo cuando la tenías controlada. Abolladura y luces de freno traseras en pedazos.
Entro ya corriendo en el aeropuerto con el horno a temperatura nivel infierno. Vamos con los cinco, sillita incluida. Parecemos una procesión de leprosos por la terminal. Muchos nos miran con recelo.
Que si no puede usted pasar por el arco con el bebé, que si «por favor, dense un poquito más de prisa» cuando te ven plegando una sillita diseñada por Maquiavelo, que si «están ustedes armando una cola…». Joder, si vamos ocho no es que armemos cola: es que somos la cola.
No comprenden que si dejo a Alfonsito libre un minuto acaba pilotando el avión y aterrizando en la planta 25 de la Torre Iberdrola. El mismo Alfonsito que dice que quiere ir en la ventana para poder ver el espacio (piensa que vamos en el Apollo). El mismo que pregunta a voz en grito que a ver si cuando «esto se caiga» -en vez de cuando esto aterrice- se tiene que volver a poner el cinturón.
Ya más tranquilo, sentado en el avión, pensaba: no es que el mundo no esté preparado para los niños, es la Humanidad la que no está dispuesta a aguantarlos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.