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Escribo estas líneas en el que se supone que es mi primer día de vacaciones. Pero nunca se sabe.
Y no sé si a ustedes les pasa, pero hay veces que cuando se supone que uno debería sentirse más liberado, más oprimido se nota. Haber ... estado todo el año con el acelerador pisado no hace sino violentar la frenada del asueto. Uno ha estado todo el año con una guía clara: rutinaria, demoledora e implacable, pero una guía al fin y al cabo. Haz esto, haz lo otro. Día tras día. Y so capa de dichas obligaciones, no nos sentimos demasiado culpables por procrastinar otras cosas, quizá menos urgentes. Pero puede que más importantes.
Y al parar, uno tiene tiempo para lo más peligroso -y quizá más higiénico y curativo- que puede hacer el ser humano del siglo XXI. Pensar. Recapacitar en lo hecho. En lo que se ha dejado de hacer, en otro año que pasa. Y todo se agrava cuando se repara en que el devenir de la vida no es cíclico: no se vive de septiembre a agosto y vuelta a empezar. La vida no es un círculo. Es una línea recta en la que lo que se deja atrás no volverá a vivirse nunca. El 31 de julio de 2021 que vivimos ayer (yo hoy, ahora) jamás volverá a nuestras vidas.
Supongo que llevamos todo el año la cabeza gacha para fijarnos en la carrera. Ahora paramos y levantamos la cabeza. Y nos enfrentamos a nosotros mismos, pero también a quienes tenemos a nuestro alrededor, toda vez que ahora no hay excusas para no hablarles, para no escucharlos, para no dedicarles el tiempo que antes no tuvimos. Para eso también hace falta ser valiente y generoso. Bienvenidos al 1 de agosto de 2021, señoras y señores. Es el último que vivirán en su vida. Aprovéchenlo.
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