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No deberíamos escuchar las conversaciones privadas de nadie, y menos aún las de los niños, salvo que -como apunta la legislación- el menor sea autor o víctima de algún delito; sin embargo, muchos padres y madres utilizan distintas aplicaciones para espiar el teléfono de sus ... hijos. Se despoja así a los niños, y sin que ellos lo sepan, del derecho a la intimidad; o, dicho de otro modo, del derecho a guardar secretos. Imaginen que nuestros padres hubieran sabido absolutamente todo lo que decíamos y lo que hacíamos: habría sido horrible. Me pregunto, además, qué adulto podría sostener la mirada a alguien que conociera todos su secretos. Los menores deben tener también derecho a la intimidad. No creo que sea bueno clausurar ese patio trasero de la infancia, situado entre la libertad y el asombro, entre el juego y la exploración, desde el que se empieza de verdad a descubrir el mundo.
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