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Los viajeros se montan en el tren, estudian la ocupación del vagón y eligen asiento. Apenas hay sitio, está a punto de amanecer, es hora punta; está a punto de anochecer; va casi vacío, es noche cerrada. No sabe una, a veces. El tren arranca ... y la mayoría cabizbaja se centra en las pantallas de sus teléfonos móviles. La imagen ofrece una coreografía triste. El viaje es rutinario, al otro lado de la ventanilla se despliega un paisaje gastado.
De pronto, el tren se desestabiliza, se escucha un ruido muy fuerte, el vagón se queda a oscuras. Algún grito, alguna risa nerviosa. Nadie, absolutamente nadie, busca la pantalla del móvil para tranquilizarse; como si fuera un acto reflejo, los viajeros, asustados, se miran los unos a los otros.
Al poco, la luz del vagón vuelve, el tren retoma su velocidad habitual. No ha debido de ser nada grave. La normalidad acogota de nuevo las cabezas sobre los teléfonos móviles.
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