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No es necesario sumergirse en la gramática de Nebrija ni expresarse con décimas espinelas para efectuar una cerrada defensa del español: basta con leer y con mirar el diccionario si se nos plantea alguna duda antes de escribir. Quizás no hubo nunca una revolución más ... confortable que la actual defensa del español. Podemos, incluso, entonar aquel himno tan bello que escribió Zarracina: «Un pequeño jardín/ con caminos de arena/ y setos que hace tiempo nadie cuida./ El murmullo del agua en el estanque,/ la cortés compañía de los pájaros/ y la frágil dulzura con que el sol/ acaricia las páginas de un libro».
Cada vez que alguien lee y escribe sin faltas de ortografía -esta semana he leído frases de apoyo al español redactadas de manera catastrófica- se está defendiendo una lengua que, además, no corre riesgo de desaparición. Sucede que la lectura es un acto íntimo y silencioso y, hoy en día, no hay defensa sin ruido ni furia.
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