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Los domingos por la tarde tienen mala fama, pero en el centro de los momentos felices también se esconde una bola de pelos que se nos atraganta y nos produce dolor de estómago: el miedo. Rodeados de las personas que más nos importan, sonrientes y ... dichosos, nos alcanza de pronto una angustia imprecisa. «La vida puede venirse abajo con facilidad… Todo puede cambiar en un instante. La sensación de fragilidad de la vida me persigue sin descanso. Me contagia una gran alegría -la de estar vivo- y, al mismo tiempo, un miedo atroz; por el hecho de poder perder con tanta facilidad a la gente que queremos». La reflexión es del ya añorado Paul Auster y siento que me interpela. Ese miedo que él traslada se parece a cuando creemos percibir que algo se mueve a nuestras espaldas. Lo más terrorífico es, precisamente, que siempre se mueve algo a nuestros espaldas y, a veces, de forma inesperada, atisbamos sus sombras.
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