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A veces me parece que a la gente le da por hablar mucho y cojo el teléfono con una actitud poco ilusionante. Pienso entonces si las personas que ahora hablan tanto antes no lo hacían porque aún no teníamos tanta confianza o si, acaso, habrá ... prosperado entre mis amistades una especie de locuacidad irrefrenable. Mientras escucho resignada, pienso que no habrá manera de que yo pueda contar lo mío, y solo después concluyo que lo mío -lo que sea que toque- también requiere un tiempo de escucha nada desdeñable. Y entonces, como si me descubrieran un truco de cartas, empiezo a vislumbrar que no será la gente la que hable más, sino que soy yo la que siente una mayor necesidad de comunicarse. Creo que debe de ser algo así, porque si preguntamos a las personas que hablan mucho de sí mismas si creen que acusan ese defecto, probablemente abrirán mucho los ojos y negarán con la cabeza. Si es difícil vernos a nosotros mismos tal y como somos, más aún lo será escucharnos tal y como sonamos.
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