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No se trata de un fenómeno exclusivamente veraniego, pero los viajes de verano suelen confirmar que se nos pegan los acentos. Al menos a mí me sucede, y no soy la única. Yo, al cabo de dos días donde sea, hablo con deje canario, asturiano ... o catalán, lo que se tercie. No es nada que me guste, no se crean; y me pregunto si no tendré yo una personalidad débil, permeable, veleidosa. Los expertos hablan de convergencia fonética y de que esa convergencia busca la integración en un determinado entorno social. Debo de ser muy convergente yo.
Lo considero una calamidad, ya digo, porque además el acento, cuando no es natural, suena paródico. Lo genuino es lo auténtico. «¿Tú sabes por qué a mí se me entendió en todo el mundo? Por el acento. El acento es tu tesoro, no lo pierdas nunca», repetía Lola Flores desde un exitoso anuncio publicitario. Menos mal que, sobre todo, me dedico a escribir porque de lo contrario igual no me entendían en ninguna parte.
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