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Esa necesidad de buscarle a todo el relato, esa trampa que nos hace la mente de ver en un grifo común dos ojos y una boca más o menos humanos, de ver en unas manchas de grasa de cocina la cara de un santo o ... del Capitán América, de asumir que muchas fotos fijas proyectadas a la velocidad conveniente conforman un movimiento coherente y, por tanto cine es seguramente también la causante de que a cada acontecimiento tratemos inmediatamente de buscarle una causa y, por su puesto, un causante.
Observo cómo cada día la prensa reparte un número de temas, de aconteceres, de declaraciones o de hechos sobre el tapete de las redes sociales y cómo las diferentes cuentas de diferentes tendencias que sigo se ponen, inmediatamente, a ordenar esos naipes para buscar una lógica que a veces no existe y, ante todo, un culpable de esa situación que mañana tendrá nueva baraja y que suele coincidir, oh, casualidad, con culpables que, según su dioptría ideológica, suelen tener también la culpa del resto de cosas que han ocurrido.
El problema de la culpa, de dar por hecho que de todo lo que ocurre tiene que haber una explicación que, indefectiblemente, viene motivada por algún malvado deseo de alguien aún más malvado, es que la culpa rebota y, como decíamos de pequeños, «en tu culo explota» más pronto que tarde.
Luego llega gente como Akira Kurosawa a restregarnos su 'Rashomon' en la cara contándonos cómo, de un mismo suceso, cada uno de los que lo han presenciado ven una cara distinta en la baldosa de la cocina, un culpable diferente que, vaya por Dios, suele coincidir con el que queríamos que fuera, con el que nos daría un relato que dejase en paz los conflictos que tenemos entre el mundo y cómo queremos que sea el mundo.
Todos hemos vivido un accidente de tráfico y hemos sido testigos de a qué velocidad la mente de los implicados en el choque genera exculpaciones, sea todo lo evidente que sea que alguna norma han debido rozar para que también lo hagan los vehículos. «¿Pero no me has visto?». «¿No tienes intermitente?». «Yo iba por mi derecha...» Choque de culpas, chapa abollada, en el 90% de los casos cada uno vuelve al coche tras tomar los datos diciendo: «Menudo gilipollas». Fíjense que da igual que el seguro lo vaya a cubrir todo, que dé igual quién sea el culpable, porque necesitamos, por paz mental, que sea el otro.
La trampa de la culpa, de aplicar el 'qui prodest?' para todo, de no asumir que a veces las cosas, las pandemias y los desastres pasan, es que un día, por eliminación, en algo, los culpables seremos nosotros.
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