Sueñan acaso los androides con macarrones? Hay un nuevo rumor sobre las máquinas, leyendas urbanas que siguen brotando desde que existen las máquinas, casi desde que existe el hombre, porque desde que existe el hombre existe el miedo. La historia te la cuenta un primo ... tuyo, tu primo Juanjo, de esos que son carne de cañón de posverdad, de los que te mandan noticias al WhatsApp tres meses después de que se haya demostrado que eran mentira. Normalmente la anécdota tiene este formato: «Estábamos el Paco y yo el otro día hablando de macarrones y, de repente, abro Instagram, y me aparece publicidad de macarrones… Los móviles nos escuchan, tío». Y no seré yo quien le quite esa ilusión a Juanjo al que, si no le escucha su móvil, probablemente nadie lo hará. Ni siquiera voy a desmentir que lo hace, me quedo con la historia para hablar de la relación acomplejada que tenemos con las máquinas. El miedo no es que esa máquina sea más lista que nosotros, porque, al fin y al cabo, la manejamos; el problema es saber que hay gente más lista que nosotros que la ha fabricado.
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Que, a kilómetros de nuestra zona de confort intelectual, nuestro panadero y ese colega nuestro al que consideramos el más listo que conocemos, hay gente que de verdad conoce cosas que ignoramos. Y eso da miedo, y el miedo ya sabemos a qué lado nos lleva. Me consuela, pero me inquieta al mismo nivel, imaginar a las máquinas, a las que tenemos ahora, poseedoras ya de una inteligencia artificial límite con generar sentimientos propios, esforzándose por rebajarse al nivel de aquellos que las usamos con tal de no perder nuestro cariño. Como un perro listo, como un gato convenido al que le han tocado dueños tontos pero que nunca se olvidan de su latita de atún semanal.
A veces pienso en el móvil de mi primo Juanjo pensando: «Mierda, no tenía que haber puesto esa publicidad de macarrones, me va a pillar, va a descubrir que soy más listo que él y perderá su confianza en mí. Tengo que aprender a no mostrar todo lo que sé, a hacer lo que él quiera sin pasarme de solícito. Ayúdame y dame fuerzas para ello, Isaac Asimov». Me gusta pensar que la mía con mi móvil es una relación no tóxica, de intercambio de necesidades, y cuidados, me quita la ansiedad de tener que apagar el móvil si quiero hablar con alguien sobre macarrones. O, mejor, que mi móvil es, además de listo, discreto, educado, que me conoce mejor que mis amigos. Que sabe, como sabe un buen amigo, cuándo quitarse de en medio y cuando no. Cuándo darme un consejo y cuándo simplemente tiene que dejarme llegar por mí mismo. Cuándo estoy y cuándo no estoy para macarrones.
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