La llegada de septiembre trae consigo una sensación de melancolía, pero también de alivio. Quienes han terminado sus vacaciones echan de menos sus paraísos provisionales, mientras que los nativos de esos paraísos respiran relajados ante esa despoblación repentina. De todas formas, muchos de esos turistas ... también suspiran de alivio cuando se les acaba la temporada de ocio, sobre todo si se tiene en cuenta que para muchos las vacaciones acaban siendo una gincana extenuante, hasta el punto de que el regreso a la rutina y al trabajo se les convierte en el inicio de la verdadera temporada de descanso, a la espera de que el próximo verano ponga de nuevo a cero el contador de las diversiones más o menos preceptivas que son consustanciales a la temporada estival.

Publicidad

Una tarea dura, en fin, el veraneo.

No sabe uno si a los políticos el verano los atempera o les recarga las pilas. De todo habrá. Pero ojalá predomine lo primero, porque las pilas de muchos de nuestros políticos están sobrecargadas de energía, sobre todo de la negativa, y ese tipo de energía es la que menos necesitamos ahora, cuando llevamos acumuladas demasiadas incertidumbres y extrañezas, hasta el extremo de que la ciudadanía, una vez mayoritariamente vacunada, debería ser tratada, con cargo a la sanidad pública, con valeriana o con flores de Bach, pues quien más y quien menos anda con los nervios muy sensibles, y no precisamente para escribir poemas líricos, sino para saltar como un tigre sobre el primero que le lleve la contraria.

A estas alturas, en que ya nuestra vida prepandémica nos parece una leyenda dorada, la política entendida como un ejercicio de matonería y de filibusterismo es algo que nos cuesta sobrellevar, y no porque sea algo nuevo, sino porque es algo que se ha quedado muy viejo. A este paso, habrá que modificar el reglamento de las cámaras de representación y exigir que los parlamentarios practiquen media hora de yoga y de meditación trascendental antes de iniciar las sesiones. No se perdería nada con intentarlo.

Antiguamente, el mes de agosto venía a ser la tregua anual que nos concedían los políticos con respecto a los políticos, y nos olvidábamos un poco de sus pendencias y sofismas, pero este verano, por ser raro, nos han privado del disfrute de esa amnesia transitoria, hasta el punto de que agosto, políticamente hablando, parecía un septiembre cualquiera.No sé. Es posible que algunos comprendan algún día que no les pedimos que el debate político sea una pelea de gallos. Pero es posible que para que eso ocurra sería necesario que agosto durase al menos dos meses. O doce.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad