No digo yo que no vivamos tiempos alarmantes, pero creo que algunos tienen ganas de pasar más miedo que el necesario. En vísperas del partido Francia-Marruecos, recibí un whatsapp que me advertía de que ese encuentro no era lo que parecía a simple vista ... sino la revancha de la batalla de Poitiers. «Si gana Marruecos -añadía la nota- habrá vencido a todos los imperios coloniales: España, Portugal y Francia (Inglaterra perdió contra esta última). Será el final». ¿El final de qué?, me pregunté.

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Sin duda, no podría ser el final de los imperios coloniales porque estos han caído hace unos cuantos años y antes de que en Marruecos los chavales que te suben las maletas en los hoteles hubieran cambiado la chilaba por la camiseta del Barça o del Real Madrid. Antes de que en Marruecos olieran lo que era el fútbol. Por otra parte, nunca se ha dado el caso de que perder una liga o un campeonato, aunque sea un Mundial, obligue al país goleado a dejarse invadir militarmente, que es lo que pretendían los guerreros musulmanes en la mencionada batalla del año 732 en suelo francés.

Más bien uno diría que sucede exactamente lo contrario. A menudo el fútbol se asocia con la violencia fanática y con feas ideologías gracias a los grupos de hinchas exaltados con los que cuentan algunos conocidos clubes, pero quizá es precisamente gracias a esas identificaciones, puramente simbólicas y virtuales, por lo que el fútbol ha jugado un papel neutralizador de las bajas pasiones nacionales. Dicho de otra forma, quizá en Europa no hemos vuelto a matarnos unos a otros después de la Guerra Civil española y después de la Segunda Guerra Mundial gracias al fútbol y a que las regiones o las naciones han canalizado sus rivalidades, rencores y chovinismos a través de los movimientos hipnóticos de un balón tontorrón.

Sí, cuando se dice que el Barça es algo más que un club de fútbol lo que se está diciendo es que algunos aficionados han hecho en su cabeza una traslación fantasiosa, metafórica y por lo tanto imaginaria de una causa política al terreno puramente lúdico de la competición deportiva. Pero, como fantástica y virtual que es dicha identificación, no tiene ningún efecto en la vida real. En definitiva, es bastante mejor que los hinchas más levantiscos del reino alauí sientan que se han vengado del Imperio español metiendo una pelota entre unos palos y unas mallas que empuñando un arma. Una cosa son las mallas y otra las vallas. Como es infinitamente mejor que los hinchas franceses más engreídos sientan que han vuelto a salvar a Europa de la islamización poniendo un marcador en 2 a 0 a su favor a que anden pidiendo en las urnas el advenimiento de un nuevo y populista Napoleón.

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