Un ejecutivo coge un tren para volver a casa y, por error, se monta en el que le lleva al barrio de su infancia, en el camino se queda dormido y despierta en su viejo barrio con su cuerpo de adolescente pero con la conciencia ... de su edad actual. Allí se baja con el reto, una vez que asume la situación, de intentar arreglar errores del pasado, recoser algunos hilos que dejó sueltos y, quién sabe, tomar el tren de vuelta a su presente habiendo ordenado aquellas pequeñas cosas que a todos nos ha dejado un tiempo de rosas. Así empieza 'Barrio lejano', de Jiro Taniguchi; el problema es que la obra no es un cómic, más bien no es sólo un cómic. Taniguchi coge de la mano al mismísimo Proust y se lo lleva a pasear por todas las sensaciones que sólo son nostálgicas porque nos ocurrieron a nosotros.
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Cuando uno ve aquello que los de marketing llaman 'nostalgic tax', la cantidad de series, camisetas o jaboneras que hacen negocio de aquello que creemos que fuimos en la adolescencia, no tiene por menos que volver a esta historia en la que el tren del protagonista hace lo que quizá deberían hacer todos aquellos que añoran un tiempo que, en realidad, fuera de los momentos mágicos y, por tanto, excepcionales, nunca jamás sucedió. En realidad (y me declaro primer culpable de ello) en cada taza con un logo de la serie de nuestra juventud, en cada vinilo de época que nos llevamos a casa precisamente porque ahora lo podemos comprar, en cada batallita que contamos a hijos y sobrinos como ejemplo de cómo vivíamos antes, hay una trampa, una enorme mentira. Nada lleva a más engaño que la manera en la que nuestra cabeza ha construido el relato de nuestro pasado; como un beso en la frente, como una nada cariñosa, como una zona de confort donde poder acudir siempre, nuestra habitación de casa pero sin las manchas de semen, el olor a pubertad ni el terror de estar en la cama escuchando discutir a nuestros padres.
La habitación que vemos ahora es el decorado de una 'sit com' en la que sabemos que todo va a acabar bien, un final con beso que no se pregunta qué les pasa a Meg Ryan y a Billy Crystal cuando se aburren en el sofá viendo el concierto de Año Nuevo por decimosexta vez. Por mucho que les duela, al final de ese tren, del tren que a cada uno le lleve a su época añorada, hay momentos de tedio, sacos de inseguridades, una permanente sensación de incomprensión ajena, el principio de los miedos a perder lo poco que vamos poseyendo y, como al protagonista de la historia de Taniguchi, un montón de fantasmas que, piadosamente, nuestra mente ha optado por bloquear, vacunar o modificar a favor. De todo eso habla 'Barrio lejano' y, sin embargo, habla de muchísimo más.
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