Volcanes y lava. Todos tenemos el corazón con las islas y con los isleños. Todos los notamos más cerca que nunca. Todos vivimos a una hora menos de lo habitual. Hemos visto dos tipos de imágenes estos días. O bien imágenes preciosas y espectaculares de ... un rojo incandescente, o bien imágenes de personas dolientes. Palmeros desolados a los que dejan quince minutos para recoger su vida. Y abandonar la que ha sido su casa durante años, antes de que sea engullida por esa montaña negra que parece extraterrestre, pero es intraterrestre.

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Me impacta que lo primero que busca rescatar la gente son las fotos, los álbumes, los bienes con más significado que valor. En definitiva, los recuerdos. ¿Son los recuerdos lo más valioso de nuestra vida? Quizá no, pero sí son lo más valioso de lo hasta ahora vivido. Nos recuerdan las sonrisas de los que ya no están. Los momentos más alegres. O los más importantes. Los que hicieron que lo recorrido hasta hoy mereciera la pena. En una época en la que ya no contemplamos la belleza, sino que la consumimos, hemos de tomar nota para seguir generando recuerdos. Antes teníamos una foto por momento. Ahora, miles. Pero pocas de ellas llegarán a un marco o a una balda. Porque la abundancia ahoga la exclusividad.

En definitiva, supongo que es bueno viajar cargados de recuerdos, pero ligeros de equipaje. Sin apegarnos a nada que llamemos nuestro y que no podamos recoger en 15 minutos. Que lo importante sean «los nuestros» más que «lo nuestro». Y que cuidemos los recuerdos procurando cuidar esos momentos que los generen de por vida. Recuerdos que llevemos grabados a fuego para que nunca sean consumidos por él.

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