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Otra Navidad con marejada. Con olas, vamos. De ahí el título. Porque, ante el hastío de una sexta ola, a mí se me está agriando uno de mis sueños futuros: el de aprender a hacer surf. Porque estoy de las olas hasta lo que le ... colgaba al caballo de Espartero.
He tenido una pesadilla. No es como la del cuento de Navidad de Dickens, pero parecida. No me asaltaba el fantasma de la Navidad pasada, pero parecido. Y me vi envuelto en una Navidad en la que los matasuegras incluían una prueba de antígeno de saliva. Los bigotes de los langostinos acababancomo agujas cargadas de Pfizer. Las zambombas tomaban forma nariguda y sus palos parecían los de la PCR. Las figuras del Belén no llevaban túnicas, sino EPIs. Y en la cena de Nochebuena, la prima que siempre venía a la fiesta como si volviera de una ya no era la 'marchosa', sino la 'Moderna'. Todo acababa con el brindis… En lugar de champán se brindaba con Frenadol, y eso ya fue demasiado. Por eso me desperté.
Y he llegado a la conclusión de que me resisto a que la Navidad sea un Tetris. Un juego para evitar tocarnos en unas fiestas en las que hay que abrazarse. Me niego a sentarme a metro y medio de mis padres. No soy negacionista, pero me niego a negarme. Ahora toca Navidad. Hay pocos momentos al año que tengamos absolutamente 'reservados' en nuestro calendario para estar con los nuestros. Lo cual se hace casi hasta raro en una época como la nuestra en la que no solemos dejar que lo importante prime sobre lo urgente. Pero la tradición nos marca y nos permite hacer esta preciosa excepción.
Tomemos todas las precauciones en las 'formas', pero recordemos el 'fondo'. Y en el fondo toca Navidad.
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