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Cantaba Concha Velasco aquello de «mamá, quiero ser artista». Suplicaba la cantante a una sociedad que censuraba la moral de una mujer que, además de 'enseñar', tenía horarios impropios y casi siempre malas compañías. Lola Flores y los flamencos iban de madrugada a las casas ... de los señoritos para cenar como obispos y sacar un dinerito. España tenía, antes de que vinieran las fundaciones bancarias a lavar con cultura el olor de la usura, una especie de caridad cristiana para aquellos que habían elegido el mal camino de la creación. Un artista era (y aún sobrevive la idea) un desorientado, un vago, una desgracia para una familia de bien.
Estuve a punto de abrir una botella y brindar por el real decreto que ha aprobado el Gobierno en el que, a partir de hoy, el Estatuto del Artista estará asociado a una prestación de empleo. Un rayo de sol entraba en el eterno y precario invierno de los creadores, y aunque los señores legisladores hayan pensado en los artistas tradicionales, en los que se suben a un escenario para representar una obra, bailar o cantar, no marearemos la perdiz. Tiempo habrá para que amplíen la mirada fuera de lo evidente.
Lo importante es que se han caído del caballo para mirar parte de la realidad que esconde el oficio: la intermitencia del trabajo, el riesgo económico, el paro, el fracaso sin paliativos, la itinerancia… A veces tengo que morderme la lengua, pero otras cuento a quien me viene a halagar diciéndome que mi novela es maravillosa y que la han prestado a más de 15 personas, lo que hay detrás. Un escritor se embarca en un proyecto trabajando cuatro horas diarias como mínimo, durante dos o tres años, sin cobertura económica alguna y las más de las veces robando al sueño y la salud, para tener el tiempo necesario para terminar su obra. Tras ese esfuerzo ha de buscar una editorial que se la publique, que se la distribuya y que le pague un año después una miseria que apenas alcanzará para un par de sueldos mínimos. Eso y andar de librería en librería, haciéndote tu propia campaña.
Pero el personal se descarga los libros, los presta a quienes se gastan todos los días diez euros en el aperitivo o 300 en un bolso exhibiendo una generosidad que no tienen para el creador. Lo peor de todo es que se sienten satisfechos porque apoyan la cultura, ignorando que como en todo trabajo hay que remunerar al artista. Quizás, paso a paso, los numerosos paletos 'fashion' empiecen a comprender que un país que no apoya la cultura revisando las condiciones de sus creadores acaba siendo un erial preparado para que germinen los malos pensamientos o los pensamientos únicos.
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