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Es triste que la política catalana vaya a seguir enfangada una legislatura más en el sueño de la independencia, pero qué le vamos a hacer. Cataluña conseguirá la independencia, sí. Tal vez. Euskadi también, claro. Pero eso será más adelante, cuando el sueño esté revenido ... y ya no importe. ¿Se fragmentarán los grandes estados europeos? ¿Bélgica en dos trozos, Inglaterra en tres, Alemania en cuatro, Italia en cinco, Francia en seis, España en siete? Yo no lo descartaría. Pero esa fiesta la organizarán en su momento los de siempre, ¿no crees? Los que controlan los asuntos de la pasta, quiero decir. Los del euro.
También la familia tradicional como institución básica de la sociedad se está yendo al garete después de veinte siglos y ya a nadie le asusta. Por no hablar de la sexualidad. En fin. La nostalgia del pequeño país es bonita, eso nadie lo niega. Tiene su relato y es cálido. El sueño de los pequeños países con su cocina típica y sus quesos, su idioma minoritario, su nuevo cine subvencionado, sus danzas y sus baladas sentimentales: es entrañable. O lo es en el sueño, porque en la realidad ya todo huele mucho a marketing y a merchandising. Pero sigue ahí y a mucha gente le encanta. Y cuando se haga realidad, a nada que pasen treinta años (que pasan en un pispás), cuando todos los pequeños países de Europa se hayan independizado, las sociedades serán multiétnicas. Ya han empezado a serlo, ¿no? El president de la Generalitat podría ser descendiente de senegaleses y la lehendakari vasca llevar ocho apellidos rusos. ¿Crees que exagero? Vale, quizá exagere un poco. Pero no mucho. A veces hay que exagerar un poco para echarle pimienta a la imaginación, creo yo.
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