No he practicado jamás el negacionismo de la pandemia; entre otras cosas, porque el coronavirus se ha llevado a más de una persona a la que conocía y apreciaba, incluida una que no había cumplido los cincuenta, y porque tengo amigos en primera línea que ... me han contado en directo la mortandad. Tampoco me he opuesto con carácter general a las medidas restrictivas: no todas me parecen igual de inobjetables, pero es evidente que ha habido momentos en los que sólo poniendo cerrojo y límites a nuestra actividad y nuestro movimiento era posible contener la expansión de la enfermedad. Por último, jamás me he permitido cuestionar la bondad de las vacunas, ni la seriedad o el rigor de las investigaciones que las han producido y autorizan su uso.

Publicidad

Y, sin embargo, cuando me entero de que una porción de los citados para inmunizarse con AstraZeneca no se presenta en los centros de vacunación, siento que me corresponde hacer un examen de conciencia y pedir disculpas, por si en algo, así sea en una ínfima medida, he podido contribuir a propiciar esa mala noticia para el conjunto de la sociedad. Lo es, sin lugar a dudas, porque deja a miles de españoles expuestos a un virus cuyos riesgos, incluidos los relacionados con la aparición de trombos, superan con mucho los que después de inoculársela a decenas de millones de personas se han podido asociar a la vacuna.

Mea culpa. Reconozco que desde que empezaron a aparecer las noticias sobre los trombos observados en unos pocos casos tras la administración de AstraZeneca expresé en público alguna reserva frente a su inocuidad y frente a las explicaciones que iban dando las autoridades. Me parecían poco convincentes y en algún caso voluntaristas, como cuando se decía que más que de causalidad debía hablarse de mera coincidencia en el tiempo. Desde el principio tuve la percepción de que esos efectos eran demasiado extraños y se reiteraban más de lo debido para poder despacharlos sin más como una casualidad. Y así se ha acabado demostrando y lo ha tenido que acabar reconociendo la Agencia Europea del Medicamento, pero eso no excusa el daño. Se ha comprometido la confianza en la vacuna y el perjuicio lo vamos a sufrir todos, en forma de retraso en la inmunidad y aumento de los casos, las hospitalizaciones y, a la postre, las muertes.

Cabe alegar, como excusa, que cuesta priorizar el beneficio colectivo sobre el riesgo individual, sobre todo cuando no nos han enseñado a hacerlo. El ibuprofeno o la heparina -o subir a un coche- matan más, sí. Pero con ellos ya convivíamos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad