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Resulta estremecedor que los periódicos del mundo llevaran ayer en su portada la foto de Diego Armando Maradona. No lo digo porque haya sido el ... hombre más relevante del fútbol del siglo XX, sino por la veneración que el planeta rinde a este deporte. Tomás Eloy Martínez, un escritor, periodista argentino que conocía su país muy bien, dijo una vez que la necrológica era uno de sus estilos preferidos, pero que para hacerlo bien había que haber entendido la vida del finado.
A mí no me gusta el fútbol. No he intentado buscarle el punto G que despierta pasiones; si acaso, le guardo un cierto rencor por parecerse, en su invasiva presencia, a las personas que se sientan en el metro con las piernas abiertas. No me gusta el fútbol, ni que desbarate agendas o corte calles, aunque tenga 'la mano de Dios'. Eso no quiere decir que el fenómeno de masas que representa no me deje boquiabierta. Puse Radio Mitre, la emisora más importante argentina. La prosa de Marcelo Longobardi, apetecible como el dulce de leche, sazonada de ironía psicoanalítica y seductora como un tango interrumpía la parrilla para dedicarla al héroe. Guillermo Cóppola, el que fue su representante en los años buenos y en los malos, se atragantaba en llantos y hablaba en presente de aquel chico que salió de Villa Fiorito, una localidad a 40 kilómetros de Buenos Aires donde resultaba difícil dar gracias a cualquier Dios que no fuera pagano. Piso de tierra, techo de lata y el mundo por delante.
Maradona llevó a su representante a los tribunales, lo perdonó, no le habló durante años y entre ambos abrieron una sima donde guardar los disparates que rodean a los mitos. El futbolista era zurdo, de pie, de alma y hasta de destino. Primero en Barcelona, después en Nápoles, con Camorra o sin ella, el héroe ya tenía hecho el trajecito para viajar a Cuba, dejarse querer y destrozarse las venas.
Travieso pícaro, compinche, buena gente, generoso, indomable, le apretaba el zapato cuando se trataba de traición. En la barca de Bachicha, una taberna de las muchas que había en el barrio de la Boca, firmó su contrato con el equipo que llevaba el mismo nombre, y prometió a los comensales que iba a ser el mejor futbolista del mundo.
Los héroes apuntalan la fe de los desesperados y mantienen el orgullo patrio que mancillan los corruptos. Los héroes salen de ratoneras, y cegados por la luz los llevan y los traen hacia el brillo del oro. Maradona jugará en el futuro cada vez mejor, igual que Gardel canta cada día mejor. Lo vemos con un velatorio de jefe de Estado en la Casa Rosada, en el Salón de los Patriotas latinoamericanos, con los peronistas llorando y mirando a los potreros donde algún niño está jugando a la pelota.
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