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Dorothea Lange fotografió, por encargo de la Administración estadounidense, a los golpeados por la Gran Depresión de los años treinta en medios rurales y campamentos de acogida. Los pobres, aún más empobrecidos, que Lange fijó con su cámara en un instante eternizado más allá del ... tiempo, son 'Las uvas de la ira' de John Steinbeck y después de John Ford. Como me ha sucedido antes, fotografías emblemáticas del pasado me evocan lo peor del presente, incluso una tenebrosa conjetura de futuro. Me han removido una vez más las de Lange de la madre y sus hijos. No solo la más famosa en plano corto en que tiene una mano en la boca, sus finos rasgos de mujer blanca están maleados por una tribulación absoluta y los niños refugian los rostros en sus hombros. También otra (creo que de las mismas personas; no la encuentro y la describo de memoria) en plano general, donde se ve que los niños están vestidos no ya con harapos, sino con jirones de ropa, y ella lleva un saco de patatas, con un sello de la marca, a modo de falda. Es la imagen de la pobreza extrema.
«Arriba parias de la Tierra, en pie famélica legión…». Solo imagino ya 'La Internacional' cantada a coro por viejos camaradas del PCE en la sobremesa de una comida bien regada. Emocionados no por la 'famélica legión' sino por la nostalgia de lo jóvenes que eran cuando el puño en alto y las ilusiones que aún no habían sido demolidas por el devenir de la Historia. Hoy, los 'parias de la Tierra' son en esencia los de siempre. Ahora, son los que mueren aplastados y por la brutalidad policial en la valla de Melilla, o de calor y de sed en el tráiler de un camión abandonado al sol en una carretera de Texas. Tienen la piel negra, o menos blanca que la mujer con el saco por falda, pero son igual de pobres que ella y no importan a casi nadie, más que como problema que causan. Decía un amigo algo difícil de admitir: que las víctimas y los refugiados ucranianos nos conmueven porque son blancos, rubios y de ojos azules; y que con los negros africanos estamos acostumbrados a que se mueran de hambre o por guerras civiles desde hace demasiados años.
También yo me siento un farsante o un hipócrita al escribir estas líneas; y cuando acallo con facilidad mi conciencia mediante escaso dinero para un par de ONG; y cuando doy un billete de vez en cuando a unos pocos de los muchos parias de piel oscura que recorren mi barrio con una mercancía imposible, iguales a los que estarán ahora mismo vagando del mismo modo por las calles de todas esas ciudades europeas por las que se han jugado la vida para pasear por ellas su indeleble pobreza.
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