Olentzero vivía disperso por pueblos, montes y valles, como una entidad múltiple. Según la leyenda, vivía en el monte y, una vez al año, bajaba a vender carbón, anunciar la llegada del niño Jesús o asustar a los niños de los pueblos con su hoz, ... sus ojos rojos y su espantosa presencia de hombrón sobrenatural. Aquí era benigno y allá no tanto, allá daba miedo y aquí risa; pero de traer regalos, nada. Siendo el mismo en las áreas de Gipuzkoa y Navarra donde se le presentía, era también diferente en cada lugar: con hoz o con botella de vino, con 365 ojos (uno por cada día del año) o solamente con un par de ojos como la gente cristiana. En algunas aldeas tenía gran afición a descender por las chimeneas la noche del 24 de diciembre, lo cual intranquilizaba bastante a sus moradores, y esa era una de las razones por las que se dejaba el fuego sagrado ardiendo hasta el alba, para que no pudiera entrar en los hogares.
Publicidad
Era un ser inquietante Olentzero, un misterio de doble faz ligado a los misterios del solsticio. Lo que hizo con él el siglo XX, al dulcificarlo y 'papanoelizarlo', fue una canallada. Es terrible lo que tienen que hacer los mitos para sobrevivir. Olentzero no sólo ha sobrevivido, sino que ha ganado terreno, podemos decir que le ha ido bien convertido en 'carbonero bonachón', pero yo no sé por qué las redes culturales que extendieron su presencia, adaptándola a los tiempos hasta hacer de él otro agente de la industria juguetera, no eligieron a San Nicolás para los regalos de ese día, puesto que, al fin y al cabo, está bien arraigado en el país a través de las fiestas de los pequeños obispos y sus cohortes infantiles que, como protegidos suyos, salen cada año a pedir su aguinaldo de caramelos.
Quizás tenían miedo de que se les convirtiera en un Papá Noel más vestido de rojo Coca-Cola. Para evitarlo, habría bastado con dotarlo de rasgos inconfundibles propios de las tradiciones vascas. Entonces, nuestro San Nicolás habría sido un mito inconfundiblemente europeo, más ligado a su vertiente centroeuropea que a su variedad del norte, la cual podemos definir como un híbrido del santo obispo cristiano, patrono de los niños, y de un ancestral 'Father Christmas' pagano convertido recientemente al capitalismo. ¿Acaso no son los vascos uno de los pueblos más antiguos de Europa, europeos hasta la médula y culturalmente ligados a sus vecinos por mitos y sueños que atraviesan todo el continente? Y qué gran papel habría hecho Olentzero como contrapartida del buen obispo, pues en algunas de sus encarnaciones resulta tan siniestro como el mismísimo Krampus. Así vive aún en algunas casas e imaginaciones el último de los jentilak, todavía sin domesticar: una sombra en la noche, un recuerdo atávico, un umbral entre dos mundos.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.