Nada es como era, y la esperanza de que las cosas vuelvan a ser como fueron va debilitándose en lo más profundo de nuestro sentir porque algo allí nos susurra que nuestra antigua realidad era algo mucho más frágil de lo que nos atrevíamos a ... sospechar incluso en nuestras rachas de pesimismo. En mayor o menor grado, vamos haciéndonos el ánimo al fatalismo de que, durante mucho tiempo, ni las cosas volverán a ser como antes ni nosotros volveremos a ser como fuimos. Estamos en el proceso de una rara metamorfosis individual y colectiva, y a ver qué sale de ahí.
Publicidad
Anhelamos una vacuna, pero al mismo tiempo desconfiamos de la eficacia y seguridad de estas vacunas urgentes que a la vez nos ilusionan y nos dan miedo. Y nos ilusionan y nos dan miedo porque ambas emociones son irracionales, como solemos serlo todos cuando nuestras supersticiones prevalecen sobre nuestro conocimiento. De vacunas entienden los que siempre han entendido de vacunas, lo que no quita que cada uno de nosotros se permita entender de lo que no entiende. Al fin y al cabo, llevamos la ciencia infusa y traemos la suspicacia de fábrica. Dudamos de todo, menos de nosotros mismos. Y ahora que tenemos vacunas toca el escepticismo ante la inmunización. Somos así.
No falta quien da por hecho que estas vacunas nos volverán loco el organismo y acabaremos convertidos poco menos que en mutantes, hasta el extremo de que nuestros descendientes acabarán con dos o tres narices y con cuatro brazos, en el caso afortunado de que no nazcan con unas cuantas orejas en los pies o con un pie en cada oreja.
Nos damos cuenta ahora de que lo que teníamos no era mucho ni era poco, sino que era sencillamente lo nuestro: lo que nos regalaba la vida, que no tenía que consistir en aventuras trepidantes ni en grandes sorpresas, sino en el disfrute de las pequeñas cosas que nos gustaban, que nos distraían y que conformaban una rutina tal vez muy simple, pero casi imperceptiblemente dichosa: tocar cosas sin miedo, tocarnos sin miedo, hablarnos cara a cara sin miedo y sin distancia...
Publicidad
De una manera o de otra, las circunstancias están obligándonos, muy a nuestro pesar, a reinventarnos a marchas forzadas, para no correr el riesgo de convertirnos en los fantasmas nostálgicos de nosotros mismos. No puede decirse que se trate de una tarea sencilla, porque uno está medio acostumbrado a convivir con su propio pensamiento, con su historial de vida, con las brumas de su memoria, con sus manías y prejuicios, y ahora, de repente, hay que aprender a convivir con un extraño en un mundo extraño. Ese extraño que se refleja en tu espejo y te pregunta «¿Y ahora qué?».
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.