Miguel Gila tuvo, como casi todos, dos abuelos. Uno de ellos era carpintero. Miguel iba mucho a su taller y su abuelo le permitía, en esas maderas que después iban a ser pulidas y barnizadas, pintar sus primeros 'monos', sus primeros dibujos. Eran cosas muy ... básicas al principio, un humor grueso y con tremenda tendencia a la escatología. No en vano, Miguel ya no iba al colegio porque había tenido que salir corriendo de allí cuando colgó en la baja espalda de un cura un cartel que decía: «Peligro de pedo». Chistes, al fin y al cabo, de un niño, crueles y básicos.
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El segundo abuelo de Gila era trapero. El pequeño Miguel vivía con ansiedad el día que sabía que su abuelo iba a pasar por su barrio con su carreta llena de harapos porque sabía que la misma escena se iba a repetir cada vez. Los niños, con la misma crueldad con la que Miguelito pintaba señoras cojas o señores gordos para reírse de ellos, esperaban la llegada del abuelo Abdón y, cuando él empezaba a gritar «¡El traperooooo!», los niños le gritaban «¡Pues haber nacido ministro!». Algunos incluso esperaban a que se echase la mano a la boca y, justo antes de que él gritase, decían «¿Quién es un gilipollas?». «¡El traperoooo!».
Si se había esperado bien y se lograba una sincronía perfecta aquello hacía morir de risa a todos los niños menos a uno. Uno que nunca les dijo que aquel hombre era su abuelo. Años después, aquel niño, ya hombre, se había convertido en uno de los referentes del humor en España, aún lo sigue siendo, aquel hombre al que, cuando le preguntaron sobre la felicidad solo fue capaz de decir: «Lo más parecido a la felicidad que he conseguido es ver reír a la gente con las cosas que he pensado en mi cabeza». Años después Miguel Gila reflexionaba sobre la escatología: «Entiendo que a un niño le hagan gracia los chistes de pedos, pero no que humoristas adultos sigan usando esos trucos. La pintura fácil no es pintura, la literatura fácil no es literatura. El humor fácil no es humor». Y reflexionaba también sobre ese episodio con su abuelo el trapero: «Creo que desde entonces detesto la burla. No tiene nada que ver con el humor. El humor embellece y la burla afea y el mundo ya es lo suficientemente feo como para que lo queramos afear más».
Escribo esto porque entro cada día en las redes a leer cómo gente confunde escarnio y humor. Rectifico, es el único tipo de humor que entienden, aquel que se basa en denigrar a una persona por su aspecto, ideas… Entiendo que hay una parte fea en nuestro interior que también necesita reírse. Les pido que sepan que es feo, que corrompe y ennegrece sus almas. Yo, cuando me doy cuenta, me pongo a Gila para recordar que uno puede reír bonito.
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