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La imagen del supercarguero atrancado en el canal de Suez se convierte en una poderosa metáfora de nuestro tiempo. De tanto forzar el límite de nuestras posibilidades, nos vemos una y otra vez en situaciones que ponen en entredicho la fiabilidad y la solvencia del ... sistema. En esta ocasión, después de varios días de colapso, y ya con cientos de barcos rodeando África, la pericia de unos expertos holandeses en disputarle al mar sus derechos ha conseguido desembarrancar al gigante, pero el aviso queda dado y recibido. Navegar con barcos tan difícilmente gobernables por un paso tan estrecho sólo requiere un poco de mal tiempo para que el sistema circulatorio global sufra un infarto.
Esa nave que no va y que impide a otras el paso puede ser interpretada también en clave patria. Después de los primeros meses en los que el mando unificado dio la sensación de cierta funcionalidad, pese a las salidas de tono y de pista de algunos gobiernos autonómicos, la gestión de la pandemia por la vía de la llamada cogobernanza, bajo esta prueba de estrés que para nuestro sistema autonómico ha supuesto el coronavirus, hace aguas por doquier.
No puede ser que, ante la misma amenaza, ese microorganismo que según se dijo no entendía de fronteras ni de ideologías, la respuesta sea tan incoherente y destartalada. Ciudadanos que viven sometidos a restricciones severas en su cotidianidad, que les impiden hacer incluso cosas que perciben como inocuas, tienen que ver a diario cómo en su mismo país hay gente entregada a la juerga y el desenfreno. En algún caso, incumpliendo la norma y recibiendo una sanción a todas luces no disuasoria; en otros muchos, sirviéndose de los coladeros que esa cogobernanza les permite invocar sin infringir ley alguna.
Ahora resulta que el virus entiende de países y pasaportes, de autonomías y comarcas, y hasta de campañas electorales y de conciertos, según quién los convoque e interese que se celebren. También de colores de uniforme, porque hay sitios donde el que lleva un policía lo pone por delante o al final de la cola en la lista de la vacunación, aunque su riesgo sea idéntico al del resto. Cuando la disfunción administrativa afecta a los derechos y las libertades de las personas, además de estorbar notoriamente el avance del conjunto de la sociedad, sin favorecer siquiera la prosperidad de cada una de sus partes, no hacen falta muchas más pruebas. La nave en la que viajamos navega al límite y el mal tiempo lo ha puesto en evidencia. O repensamos el sistema o seguiremos encallando una y otra vez.
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