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Pues a ver ahora qué hago con mi vida, a ver dónde encuentro el apoyo, el juego de tobillo para seguir andando ahora que el suelo se ha hecho de goma debajo de mí. Les explico cómo el universo se me volvió borroso hace apenas ... unas horas. Todo empezó por una maldita costumbre que he tenido toda la vida, un juego mortal al que yo llamo 'la pantalla rusa'. Consiste (consistía cuando era más habitual acudir a los cines) en no elegir la película que entras a ver, no dejarse llevar por las críticas o las opiniones de un amigo, ni siquiera por la intuición. Es jugar a la contra de ti mismo, de tu yo cinéfilo, y entrar en esa sala que tiene un cartel cero atractivo, un reparto desconocido o una pinta que dista mucho del tipo de cine que normalmente te gusta.
En el juego a veces se gana y a veces se pierde. He sufrido infumables comedias suecas, encefaloplánicas (sí, me la he inventado) series B de acción americanas y presuntuosos dramas que habían sido rodados probablemente con el ombligo de su director usado como diafragma. Pero también me he encontrado películas supuestamente para niños que me han tocado en sitios inesperados, divertidísimas comedias suecas y algunas de esas pelis que, no estando hechas para casi nadie, resulta que estaban hechas para mí. Quizá mi experiencia más recordada fue el día que entré a ver una película francesa con un cartel realmente raro y un director italiano y salí fascinado de la sala preguntándome quien sería ese tal Tarantino y a qué venía el título de 'Reservoir Dogs'.
En eso de las 'pantallas extremas' andaba yo poco antes de la pandemia cuando me decidí a ver una de esas películas. La semana anterior le había tocado a 'Cats' y aún soñaba con esos gatos entre humanos y de CGI que cantaban regular. Por eso aún tuve que taparme más la nariz para entrar a ver 'Doctor Dolittle'. Aquello olía a animalitos raros haciendo gracias. Pero, oh sorpresa, la gocé mucho, quizá porque me acordaba de la versión de Rex Harrison de la que es una directa secuela narrativa y emocional; quizá porque, además, recordaba la de Eddie Murphy como una de las más idiotas películas que he visto. Pero salí encantado. Tanto que, al recalar en las plataformas, la he vuelto a ver en casa.
Pero ayer saltó a mi ojo la noticia de que es la favorita de este año a los Razzies, esos premios a lo más malo que cada año entregan antes de los Oscar; y, de repente, todo se nubla a mi alrededor. Una vez más al descubrir que lo que te gusta no necesariamente es 'mainstream'. Una vez más la soledad y el rechazo social. Una vez más dándome igual que eso pasó. Una vez más disfrutando yo sin necesitar que alguien me lo refuerce. La soledad del jugador.
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