Hace ya días que la selección española de fútbol ganó la Eurocopa y lo hizo de una manera formidable y espectacular: 7 partidos jugados, 7 victorias. Como habría ocurrido en cualquier otro lugar de Europa, este éxito provocó una inundación de alegría y entusiasmo y ... la gente salió a la calle a expresar de forma espontánea su júbilo y satisfacción. Con la boca pequeña, algún comentarista político ha lamentado que el triunfo llegase en este momento; como si esto se pudiera decidir. Se trataría de una victoria que lleva a olvidar el mal rumbo del país.

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En verdad, veo nuestra política paralizada por una gobernanza incoherente, hecha desde un oportunismo mezquino y dañino para el conjunto y sus partes. Sin embargo, no comparto dicho lamento de inoportunidad, que veo como el efecto de una obsesión exagerada y angustiosa por atender solo en clave política todo lo que ocurre en la vida; la maldita y corrosiva politización. Pero a todos nos va bien llevarnos alguna alegría, por leve que sea. Solo faltaría. Esto no obliga a olvidarse de lo que hay que enderezar.

Quienes se han llevado la palma dando la nota son los nacionalistas. El triunfo español les ha escocido y han explotado en declaraciones bobas. Tienen derecho a pensar y decir que esa no es su selección, ni su Rey, ni su himno, pero y qué. Lo que no hay derecho es a acosar a quien lleve una bandera española y robársela.

Siempre dividiendo, un político bocazas distingue y separa a españoles, vascos y catalanes. No hay nada que hacer. Y, aunque alcaldes como el de Girona impidieran ver la final en una pantalla gigante, la gente ha optado por mostrar airosa su contento en la calle.

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