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No sé si conocen a Ignatius, un cómico que a mucha gente le da miedo; puede que por su aspecto físico: grande, desmañado y con apariencia de incontrolable. Si no lo conocen, escúchenle en La Vida Moderna o busquen sus vídeos en Youtube; vivirán una ... experiencia curiosa en la que irán pasando de una mezcla de miedo e incomodidad a ir entendiendo su mensaje, el por qué hace esas cosas de chupar pezones y gritar sinsentidos y comenzarán a amarle. Ignatius ha sacado un libro llamado 'Vive como un mendigo, baila como un rey' que no para de venderse y en el que (y por eso está abriendo este artículo) cuenta cómo ha ido usando cada uno de sus miedos para construir su comedia.
Algo parecido nos contaba el enorme Luis García Berlanga cuando, en ese último plano de 'París-Tombuctú', el que ya sabía que iba a ser el último de su carrera, se despedía con una pintada que rezaba: «Tengo miedo, L.». Ese hombre que tantas horas dedicó a hacernos reír confesaba en esa imagen que llevaba toda la vida cambiando risas por miedo y nos estaba contando que a él esa fórmula le había ayudado.
Por si fuera poco, llega a mis manos un libro llamado 'Heil Hitler, el cerdo está muerto', una recopilación del humor bajo el terror nazi, los chistes que surgieron en los campos de concentración de gente que, sabiendo que iba a morir, fabricaba medicina contra su miedo en forma de chistes contra sus verdugos. Lo recomiendo, especialmente a quienes sostienen que el humor sólo es bueno o malo en función de que respalde tu ideología, justo eso pensaban estos asesinos de los chistes que los ridiculizaban.
Tenemos miedo, y es normal; vivimos, como el personaje de Ignatius, en el constante caos. Cada día es verdad lo que no lo era ayer, es juicioso lo que hace una semana era una locura, es peligroso lo que hace dos horas era gozoso. Tenemos miedos que no habíamos tenido antes, de abrazar y matar a los nuestros, de salir de noche y despistarse con la hora, si vemos una nariz asomando sobre una mascarilla, a tener que volver a meterse en casa, al qué vendrá, a no tener ni idea de cuándo acabará esto ni de cuántos lo acabaremos.
Las ficciones se fabrican para eso, el humor es una ficción en la que las cosas van mejor de lo que en realidad van, y su opuesto, el terror, cuando es ficción hace el mismo efecto. Los libros de mi amigo y admirado Manel Loureiro me sacan de mis propios miedos para llevarme a los suyos, unos diseñados con su mente maestra para el humor para que yo me evada de los que de verdad me quitan el sueño. Su último libro, 'La Puerta', es el que ha logrado que me olvide de esta realidad a la que nadie gana creando pesadillas. Rían y lean; no es la solución, pero es el bálsamo.
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