![Medir el odio](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202109/26/media/cortadas/bas26-kPZG-U150645652476kmG-1248x770@El%20Correo.jpg)
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Cuando presenté mi novela 'El refugio de los canallas' (2017), dije que el tema principal del libro me parecía el odio que algunos padres infundieron en sus hijos y cuyo desarrollo llevó a estos a la destrucción, por muerte o por larga cárcel, y a ... la de los propios padres por el dolor causado por la triste suerte corrida por los hijos; también, para quienes fueron conscientes y tuvieron conciencia, por la carga de la culpa debida a su irresponsabilidad. Un tema de profundo conflicto moral, que son los mejores para dar peso literario a la historia que se cuenta. En esa presentación era obligatorio que hubiera preguntas del público. Un señor, en tono enfadado (pensé que quizá el tema le tocaba de cerca), me preguntó con ironía que cómo me parecía a mí que se podía medir ese odio. Le respondí que se podía medir con el sistema métrico decimal: los metros de calle que ocupaba una concentración de miles de personas gritando «ETA, mátalos».
Dentro de unos días conoceré en persona al escritor francés Philippe Lançon que, entre otras publicaciones, escribe artículos en la revista de humor satírico 'Charlie Hebdo' y fue una de las víctimas supervivientes (asesinaron a doce personas) del atentado yihadista de 2015 en la redacción. A Lançon le pegaron un tiro en la boca que le ha dejado marcas indelebles en el rostro y en el alma. Las del alma se pueden apreciar leyendo su valioso libro 'El colgajo'. No ha perdido el sentido del humor. Dijo que el destrozo y las sucesivas operaciones quirúrgicas le sirvieron para evitar la crisis de los cincuenta. El odio que desembocó en la masacre de 'Charlie Hebdo' es de mensura de clase social y de educación: abarca la marginación de los 'banlieues' de los extrarradios de París y cristaliza en el lavado de cerebro que consigue en jóvenes excluidos y airados el fanatismo yihadista.
Pienso en esas mediciones de odio al ver las imágenes lamentables del desfile de nazis furibundos y provocadores por el barrio madrileño de Chueca. El odio en este caso es ostensible, está a la vista, así como la actitud amenazadora a un paso de la violencia (me descubro ante la valentía de quienes mostraron su repulsa ante la peligrosa horda). Lo que me asombran son las ínfulas de superioridad de esos bárbaros que insultan con caras de obtusos y aspecto de homínidos. Resultaría cómico, si no dieran miedo, que esas malas bestias subdesarrolladas se consideren mejores que las personas con otra tendencia sexual o un distinto color de piel. En esos especímenes, la medición del odio sería la inversa proporción al muy escaso dígito de su cociente intelectual.
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