Uno no suele pensar en cómo escapar de un lugar que no tiene escapatoria; es un ejercicio claustrofóbico y hasta sádico, salvo que te veas involucrado o asistas a una situación así en directo. Recuerdo esa impotencia cuando los informativos emitieron las imágenes del tsunami ... en el Índico, allá por 2004. Indonesia, Sri Lanka o Tailandia aparecían anegadas ante los ojos del mundo, como lamidas por una lengua monstruosa, y mientras los periodistas contabilizaban muertos, familias separadas o turistas desaparecidos, o contaban historias de supervivientes que rozaban el milagro, yo solo podía pensar en qué habrían hecho si les hubieran avisado de la ola que les venía encima.
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La devastación a la que asistimos estos días me ha hecho pensar en aquellas imágenes. Los desastres naturales no pueden evitarse, pero en algunos casos se puede anticipar su llegada y buscar refugio ante un terremoto, la erupción de un volcán o un tornado. Sin embargo, de los desastres humanos solo nos protege nuestra conciencia, y desde que el terrorismo de Hamás atacó Israel y este lanzó su inapelable respuesta, algo se ha rebasado.
Con el Plan de Partición de las Naciones Unidas en 1947, en el que Palestina quedó dividida en dos Estados, uno árabe y otro judío, una ola ha crecido alimentada desde las profundidades geopolíticas, y mientras las partes han ido construyendo su relato, con distintos Estados involucrados como personajes secundarios, hemos llegado al extremo de poner fecha y hora a la aniquilación de un territorio del que no hay escapatoria.
El terrorismo jamás es justificable, pero el fin nunca debe justificar los medios. En este delicado contexto, hay quien se atreve a explicar el conflicto en la Franja como si fuera posible; hay quien es capaz de establecer una dicotomía entre buenos y malos sin titubear, pero yo ni siquiera me puedo explicar cómo asistimos impotentes a la zozobra internacional, acaso protegidos bajo nuestros techos de paja.
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Años después del tsunami en el Índico, muchos periodistas regresaron a las zonas costeras de Indonesia o Sri Lanka para contar cómo la vida se abría paso, cómo los supervivientes volvían a pescar, cómo se acostumbraron a dormir con un ojo abierto. Pero con lo que está pasando en Israel y Gaza, me pregunto a qué lugar volveremos cuando la ola de ira y venganza se repliegue, cómo contaremos entonces que los pilares del derecho internacional quedaron sepultados porque llevamos años sin escuchar los avisos de advertencia de lo que se venía encima. Con cada guerra algo se hunde de nuestra humanidad, y de ese fondo nada vuelve.
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