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El tamaño de la botella de champán iba acorde con la envergadura del propósito que tuvieron en aquella cena los fotógrafos Cartier-Bresson, Capa y Seymour, entre otros. Al menos es la leyenda que rodea a la creación de la agencia Magnum allá por 1947, cuando los fotógrafos de guerra unieron sus objetivos para proteger su viabilidad y también su independencia periodística. El mito de esa botella tiene que ver con sobrepasar los límites visuales de lo que estamos acostumbrados, como cuando se saca a la mesa una magnum sabiendo que nada después seguirá igual tras abrirla. Lo que aquellos días cambió fue el valor que se le iba a dar a la fotografía, y no solo un valor estético, sino económico, una independencia en la forma de mirar el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Esa cooperativa protegía los derechos de sus imágenes y, de alguna manera, nuestro derecho a ver desde múltiples ópticas. Ahora, 77 años después, le han concedido a la agencia Magnum el Princesa de Asturias y es para brindar.
Con la Inteligencia Artificial como artífice de nuestras visiones, con la cualidad de lo efímero como sello de nuestro tiempo, que una fotografía sea símbolo de la concordia habla de la necesidad de salvaguardar lo perdurable. Temo la nube, temo que todo lo que hemos visto se convierta en polvo digital, temo que se pierda en lo intangible la oportunidad de que nos vean tal y como somos el día de mañana. Miren sus teléfonos, ¿cuánto de lo que han vivido guardan ahí? ¿Cuánto ocupan en su mesa, en sus paredes, en las baldas de sus casas esas fotografías? La agencia Magnum pone en papel lo que somos capaces de ver y soportar, lo que nos hemos hecho, lo que no, lo que hemos permitido, nuestras miserias y aciertos, nuestras contradicciones. Y ahí queda, con el sello indeleble de la firma de un reportero y del buen periodismo.
La mensajería instantánea nos ha quitado cierta noción de lo perdurable que tienen las palabras escritas de la misma manera que la digitalización de las fotos nos ha quitado ese sentido de la memoria impresa. ¿Qué quedará de nuestras formas de vida si nuestra huella la dejamos en una nube? ¿Qué perdemos cuando almacenamos gigas de imágenes que cualquiera puede manipular con un teléfono? El premio a Magnum va más allá que un reconocimiento a la labor de comunicación, de denuncia o pura belleza, de ser los ojos que a nosotros nos faltan en el punto opuesto de la esfera en la que vivimos. La agencia Magnum nos lega al mañana, a usted, a mí; lega el tiempo que compartimos con la poderosa razón de la presencia, inapelable como una botella de litro y medio en mitad de una mesa en la que estamos todos convocados.
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