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Hay escritores que de repente cierran el bolígrafo y nunca más vuelven a escribir. Si tenían algo que contar, ¿qué les hace quedarse callados? El caso de Harper Lee es uno de los más llamativos: la autora de 'Matar a un ruiseñor' hizo todo lo ... posible por convertirse en escritora (desde desafiar a su familia al dejar los estudios, a aceptar trabajos inmundos para mantenerse) y, cuando logró el éxito, no volvió a publicar hasta casi 55 años después: 'Ve y pon un centinela' fue su segundo y último libro. Murió a los pocos meses.
Coetáneo de Harper Lee era J. D. Salinger. Como ella, tampoco concedía entrevistas, se retiró de la luz pública cuando logró el éxito, y su silencio, que tiene tanto de leyenda como de activo promocional, es otra consecuencia del juicio externo al que se vio sometido. El autor de 'El guardián entre el centeno' no quiso publicar en vida lo que iba escribiendo, y ahora que ha llegado ese momento de rescatar ese material inédito, compruebo cómo construimos y aireamos una opinión al respecto, sin tener muy clara la verdad de por qué se quedó callado.
«Publícalo todo, lo bueno y lo malo, que sea el lector el que decida lo que vale o no», le dijo Salinger a su hijo Matt, tal y como han recogido las decenas -si no cientos- de entrevistas y noticias que se han hecho eco de esta frase. Está en nuestra mano creernos que lo quiso publicar una vez fallecido, como está en nuestra mano juzgar al amigo de Kafka, que en contra de la firme voluntad del autor checo, publicó toda su obra tras su muerte. El desobediente amigo nos ha hecho a todos un favor, y me pregunto si el valor de lo que publique el hijo de Salinger evitará que se le juzgue, como pasó con Max Brod al salvar de la pira 'La Metamorfosis'.
Cualquier línea escrita por una mente como la de Salinger merece la atención que despierta, pero detrás de esta anécdota literaria, hay algo que nos interpela como ciudadanos y no solo como lectores: frente a la equidistancia tan denostada hoy en día, hemos desarrollado una peligrosa capacidad para establecer la verdad en función del volumen de caracteres y decibelios. Quizá por eso dejaron de escribir algunos escritores. El exceso, ya sea de juicios o halagos, cerró el bolígrafo de Salinger y el de Harper Lee; me pregunto qué se estará cerrando en nosotros mientras nos postulamos sobre cada noticia que gotea por el grifo del mundo.
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